El conocido escritor francés André Frossard se convirtió un día 8 de julio, en el que entró en un templo de París sólo porque dentro se encontraba un amigo suyo. Al salir ya era católico. No estaba bautizado ni había recibido jamás instrucción religiosa. Comenzó a recibir enseñanza cristiana de manos de un buen sacerdote y todo cuanto le enseñaba le llenaba de gozo. Sólo una cosa le sorprendió: la Eucaristía. Escribe: "No es que me pareciese increíble; pero me maravillaba que la caridad divina hubiese encontrado ese medio inaudito de comunicarse y, sobre todo, que hubiese escogido para hacerlo el pan que es alimento del pobre y alimento preferido de los niños. De todos los dones esparcidos ante mí por el cristianismo, ése era el más hermoso".
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Al triunfar en China la revolución comunista, allá por el año 1949, fueron no pocos los cristianos que conocieron la persecución e, incluso, el martirio por la fe que se les quería arrebatar brutalmente. En una escuela parroquial regentada por el P. Fransín, los soldados mandaron a los niños que tirasen al suelo cualquier estampa religiosa que poseyeran.
Una niña de 13 años se negó. La abofetearon, pero no quiso obedecer. Llamaron al padre de la pequeña, los llevaron al templo y ante todo el pueblo rompieron el Sagrario y esparcieron las Sagradas Formas por el suelo. El padre de la pequeña ingresó en prisión. Desde la habitación en que le habían encerrado, el misionero pudo contemplar el sacrilegio. Santa Micaela del Santísimo Sacramento (1809-1865) ha hecho honor al nombre que adoptó para su vida de mujer consagrada Dios. La fundadora de las Adoratrices yace enterrada entre dos sagrarios: el de la iglesia de sus monjas en Valencia y del camarín de la Santa, que está detrás. Falleció en la ciudad del Turia asistiendo a los apestados.
Escribe en su Autobiografía: "El día de Pentecostés (23 de mayo de 1847) sentí una luz interior y comprendí que era Dios tan grande, tan poderoso, tan bueno, tan amante, tan misericordioso, que resolví no servir más que a un Señor que todo lo reúne para llenar mi corazón... Siempre me llamó la atención que se llamara "Gambrinus" un antiguo bar de Zaragoza; no cabe duda de que no es nombre usual, ni siquiera en este género de establecimientos. Hasta que un día, leyendo un libro sobre la historia de la piratería (Los piratas del Nuevo Mundo, de Rafael Abella), y a propósito de la costumbre pirata de beber en abundancia ron, ginebra y cerveza, resultó que la fuerza de las cervezas irlandesas que se echaban al coleto los bucaneros "hubieran hecho temblar al propio Gambrinus". Una vez sobre la pista de un nombre propio, el diccionario me aclaró que se trataba de un rey germano legendario a quien se atribuye la invención de la cerveza.
Un sacerdote recién ordenado, allá por el año 1927 fue destinado a África como capellán auxiliar del Hospital Militar de Alcazarquivir. Cuando celebraba la Santa Misa algunos militares se quejaban de que era demasiado larga:
-Pero, Péter, ¿es que no puede ir más rápido? Decidió el sacerdote hacer algo de catequesis y echarle un poco de humor al asunto. Se presentó en la enfermería cuando estaban operando pacientemente a un enfermo: Lo contó un Obispo nacido en una zona montañosa de Italia, los Abruzos, y es un recuerdo inolvidable de una madre buena. Refería este prelado que en la época en que trabajaba como párroco de aldea le dijo un día su madre:
-Hijo, mañana domingo tengo que ir a Misa. El hijo sacerdote, con cariño, hizo todo lo posible por disuadirla de esa idea: -Madre, estamos en pleno invierno, hace un frío tremendo, los caminos están helados, puedes caerte, tu salud no anda nada bien; no estás en absoluto obligada por el precepto dominical... Lo cuenta un obispo polaco que conoció los horrores de los campos de concentración nazis durante la segunda guerra mundial. Mons. Majdanski era todavía seminarista, primero en el lager de Sachsenhausen, después en uno de los más tristemente famosos, el de Dachau.
Karl Leisner, diácono alemán, enfermo de tuberculosis -ya lo estaba cuando fue arrestado-, se encontraba en fase crítica a finales de 1944. El Obispo de la diócesis francesa de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet, también prisionero en el campo, tras haber obtenido secretamente los permisos oportunos, administró el presbiterado a aquel hombre que se moría irremisiblemente. El nuevo sacerdote celebró su primera y última Misa el día de San Esteban, el 26 de diciembre de 1944. Mons. Majdanski lo recuerda "atlético, tenaz y devoto"; también dice de él: "Era la viva imagen de las palabras de San Pablo: Trabaja conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim 2,3)". Con cuánta emoción se preparó y celebró aquella única Misa de su vida, que venía a ser como la síntesis de todo su amor al sacerdocio y a Cristo-Sacerdote; qué mejor preparación para ir al encuentro del Señor; no necesitó escuchar aquello de San Juan de Avila: "de mucho tendrá que dar cuenta", porque ya lo sabía y muy bien (cfr. J. Eugui, Nuevas anécdotas y virtudes, n. 98). Santo Tomás Moro, ya en su época de Lord-Canciller de Inglaterra, acostumbraba a ayudar a Misa en su parroquia de Chelsea todos los días. Una vez lo descubrió por casualidad uno de los hombres más importantes del reino, Thomas Howard, duque de Norfolk, y le comentó que le parecía shocking, chocante, y se preguntaba qué diría el rey si se enteraba de que un todo un Lord-Canciller se dedicaba a algo tan vulgar como hacer de monaguillo. Moro respondió que, conociendo al rey, seguro que le alegraría saber que su Canciller servía al Señor de ambos y de todos.
El fundador de la Casa de Austria, Rodolfo de Habsburgo, fue elegido para reinar en Alemania en el año 1273. Cuando todavía era conde le ocurrió lo siguiente. Yendo un día a caballo por un camino, se encontró con un sacerdote que marchaba a pie para llevar el viático a un enfermo. Rodolfo saltó inmediatamente del caballo e hizo subir al clérigo, y él mismo fue teniendo las bridas hasta la casa del enfermo. Luego el sacerdote quería darle las gracias, pero el conde ni le dejó; sino que encima le regaló el caballo porque, pensaba, él ya no era digno de volverlo a montar después de haber sido portador de su Dios.
Es el 15 de diciembre de 1880. La reina María Cristina se dirige con su esposo en carroza de gala hacia la plaza de toros; van a presidir la corrida que en honor de su hija María de las Mercedes se piensa celebrar ese día. Cuando la comitiva entra en la calle del Arenal, sale el párroco de San Ginés llevando el viático a un enfermo. El sacerdote camina recogido. Le precede un monaguillo tocando la campanilla y el sacristán con un farol encendido, como es costumbre.
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