Cerca de la iglesia del Patronato solía situarse una mendiga para pedir limosna y Don Josemaría se la encontraba habitualmente. Un día se acercó a ella y, como refirió muchos años después, le dijo:
-Hija mía, yo no puedo darte oro ni plata; yo, pobre sacerdote de Dios, te doy lo que tengo: la bendición de Dios Padre Omnipotente. Y te pido que encomiendes mucho una intención mía, que será para mucha gloria de Dios y bien de las almas. ¡Dale al Señor todo lo que puedas!