En el encuentro con los jóvenes, una chiquilla de unos catorce años, Verónica Chansa, en estado terminal, delgada, cuenta al Papa con un hilo de voz su propia historia: fue violada por unos hombres al bajar del autobús que la llevaba al colegio y contrajo el sida. Los que la oyeron se quedaron con el corazón en un puño, porque dijo como en un susurro:
Años 1993, febrero. Juan Pablo II llega a Uganda, un país terriblemente flagelado por la enfermedad del sida. Alguien dice que en Uganda la industria más floreciente es la fabricación de ataúdes. Basta señalar que el 20 por ciento de la población es sieropositiva.
En el encuentro con los jóvenes, una chiquilla de unos catorce años, Verónica Chansa, en estado terminal, delgada, cuenta al Papa con un hilo de voz su propia historia: fue violada por unos hombres al bajar del autobús que la llevaba al colegio y contrajo el sida. Los que la oyeron se quedaron con el corazón en un puño, porque dijo como en un susurro:
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En la ciudad de Wurzburgo, en la Baviera alemana, hay en la cripta de un templo una Cruz muy famosa, de gran valor artístico, con su correspondiente Crucificado. Y hay en ella algo muy curioso: tiene sus manos libres de los clavos y las ha cruzado sobre el pecho. El Crucifijo es objeto de una piadosa y vieja leyenda.
Resulta que una noche entró a robar en el templo un ladrón. Se acercó al gran Crucifijo y vio que sobre la cabeza del Señor había una valiosa corona cuajada de piedras preciosas. No dudó ni un instante en hacerse con ella para venderla y obtener dinero contante y sonante. Subió a la Cruz. Trató de coger la corona, pero, ante su gran estupor, las manos de Cristo se ciñeron en torno a su cuerpo. Sintió escalofríos de terror. Sus ojos, casi fuera de las órbitas, contemplaban los ojos de Jesús a escasos centímetros de distancia. No podía soltarse del abrazo. Y así estuvieron largo tiempo mirándose los dos cara a cara. Las lágrimas comenzaron a correr a raudales por las mejillas del malhechor, que no cesaba de pedir perdón a Dios por sus múltiples pecados, hasta que al final fue el mismo ladrón quien se abrazó fuerte al cuerpo herido del Crucificado. Cuando amaneció seguían unidos en estrecho abrazo. Es una piadosa tradición y, posiblemente, una simple leyenda, pero es interesante. Cuentan que San Pedro, todos los días, al oír cantar a un gallo, se echaba a llorar porque se acordaba de la triple traición a Cristo, y que las lágrimas habían grabado surcos en sus mejillas. Por cada negación le salía del alma exclamar: "Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo" (Jn 21,17).
Es imposible que las lágrimas abran hendiduras en un rostro: hasta aquí la leyenda. Pero es bien verosímil que para San Pedro el canto del gallo tuviera una resonancia muy especial. Y en aquellos tiempos debía ser muy difícil no tener cerca del propio domicilio, incluso en una urbe como Roma, un corralito con algún gallo dispuesto a avisar a los vecinos de la llegada del nuevo día. Cuántos actos de contrición debió hacer aquel gran hombre. Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes, se consume lentamente durante una larga y penosa enfermedad en el convento de Nevers donde ha profesado como religiosa. Cuando ya le queda poca vida, un profundo dolor le asalta a esta criatura sencilla y pura: siente que en su vida pasada se ha portado infamemente. La religiosa que la acompaña no da crédito a la confidencia de Bernadette; le parece imposible que un ser tan angelical como el que ella conoce, y muy bien que lo conoce, pueda pronunciar las palabras duras que acaba de escuchar. Bernadette piensa en su madre.
-¡Ya hace más de diez años que tu madre ha muerto! Entre la flor de milagros jacobeos está el de un gran pecador venido de la lejana Italia, allá por la Edad Media y en tiempos del santo Obispo Teodomiro, para obtener la remisión de sus culpas, que no eran pocas ni leves. Lo narró con maestría Torrente Ballester; aquí se hará breve resumen.
El conocido escritor catalán Gironella tiene la sencillez de relatar algo de lo que siempre se ha arrepentido. No es como tantos "famosos" que en la revistas aseguran que jamás se han arrepentido de nada. Él reconoce que fue cobarde y no dio un paso que debería haber dado.
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