Escribe sobre Juan Pablo II el Prelado del Opus Dei, Mons. Echevarría, en un artículo publicado en noviembre de 1996, con motivo de las Bodas de oro sacerdotales del Romano Pontífice: "Un conocido intelectual le sugirió: Santidad, procure cuidarse más; tanto trabajo le consume. Y el Papa, con el mismo afecto, pero con no menor firmeza, respondió: Por favor, no me dé este tipo de consejos. Yo estoy aquí para servir, y lo que necesita la Iglesia es un Papa que luche todos los días para ser santo. Además, después de un Papa viene otro".
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El sacerdote D. Jesús Urteaga hace, como presentación de la Colección de Biografías Mundo Cristiano, allá por el año 1989, un excelente resumen de un capítulo de El Quijote. Y luego saca la moraleja.
"El caballero pretende entrar en la polvareda cuajada de dos copiosísimos ejércitos en batalla. Don Quijote, siempre dispuesto a prestar ayuda al desvalido y menesteroso, se pone del lado de Pentapolín, Rey de los Garamantas, contra el pagano Emperador Alifanfarón, pretendiente de la "fermosa y cristiana" hija de aquél. Es curioso. La reina María Cristina de Austria, durante su época de regenta de la Corona por la minoría de edad de Alfonso XIII, tuvo que firmar un decreto de concesión de una Gran Cruz de Isabel la Católica a una persona de quien nada sabía. Interrogaba a Sagasta:
-Pero, ¿qué hechos dignos de recompensa tiene en su haber? A lo que el jefe del gobierno repuso con prontitud: Debió ser por el mes de marzo o el de abril de 1855, cuando Domingo Savio tenía trece años. San Juan Bosco habló a los muchachos de santidad con una fuerza que conmovió a más de uno. En el caso de Domingo fue como una chispita que le hizo arder por dentro en amor de Dios, con un fuego que no se apagó nunca a lo largo de su breve vida en la tierra.
A los pocos días fue a ver a su maestro y le expuso con claridad su pensamiento: |
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