Karl Leisner, diácono alemán, enfermo de tuberculosis -ya lo estaba cuando fue arrestado-, se encontraba en fase crítica a finales de 1944. El Obispo de la diócesis francesa de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet, también prisionero en el campo, tras haber obtenido secretamente los permisos oportunos, administró el presbiterado a aquel hombre que se moría irremisiblemente. El nuevo sacerdote celebró su primera y última Misa el día de San Esteban, el 26 de diciembre de 1944. Mons. Majdanski lo recuerda "atlético, tenaz y devoto"; también dice de él: "Era la viva imagen de las palabras de San Pablo: Trabaja conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim 2,3)". Con cuánta emoción se preparó y celebró aquella única Misa de su vida, que venía a ser como la síntesis de todo su amor al sacerdocio y a Cristo-Sacerdote; qué mejor preparación para ir al encuentro del Señor; no necesitó escuchar aquello de San Juan de Avila: "de mucho tendrá que dar cuenta", porque ya lo sabía y muy bien (cfr. J. Eugui, Nuevas anécdotas y virtudes, n. 98).
Lo cuenta un obispo polaco que conoció los horrores de los campos de concentración nazis durante la segunda guerra mundial. Mons. Majdanski era todavía seminarista, primero en el lager de Sachsenhausen, después en uno de los más tristemente famosos, el de Dachau. Karl Leisner, diácono alemán, enfermo de tuberculosis -ya lo estaba cuando fue arrestado-, se encontraba en fase crítica a finales de 1944. El Obispo de la diócesis francesa de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet, también prisionero en el campo, tras haber obtenido secretamente los permisos oportunos, administró el presbiterado a aquel hombre que se moría irremisiblemente. El nuevo sacerdote celebró su primera y última Misa el día de San Esteban, el 26 de diciembre de 1944. Mons. Majdanski lo recuerda "atlético, tenaz y devoto"; también dice de él: "Era la viva imagen de las palabras de San Pablo: Trabaja conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim 2,3)". Con cuánta emoción se preparó y celebró aquella única Misa de su vida, que venía a ser como la síntesis de todo su amor al sacerdocio y a Cristo-Sacerdote; qué mejor preparación para ir al encuentro del Señor; no necesitó escuchar aquello de San Juan de Avila: "de mucho tendrá que dar cuenta", porque ya lo sabía y muy bien (cfr. J. Eugui, Nuevas anécdotas y virtudes, n. 98).
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