San Fernando III el Santo (1199-1252), según el relato de Juan de Mariana en su Historia General de España, tuvo una muerte bien ejemplar. Le administró la comunión el Arzobispo de Sevilla. "Al entrar el Sacramento por la sala se dejó caer en la cama, y puestos los hinojos (las rodillas) en tierra, con un dogal al cuello y la cruz delante, como reo pecador pidió perdón de sus pecados con palabras de gran humildad; ya que quería rendir el alma, demandó perdón a cuantos allí estaban: espectáculo para quebrar los corazones, y con que todos se resolvieron en lágrimas. Tomó la candela con ambas manos y puestos los ojos en el cielo dijo: "El reino, Señor, que me diste, te lo devuelvo; desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me ofrezco a la tierra; recibe, Señor mío, mi alma; y por los méritos de tu santísima pasión ten por bien de la colocar entre tus siervos. Dicho esto, mandó a la clerecía cantasen las letanías y el Te Deum, y rindió el espíritu bienaventurado".
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En 1492, Fernando el Católico sufrió en Barcelona un terrible atentado que estuvo a punto de costarle la vida: cierto payés loco, que creía no se sabe qué extraña historia acerca de que el que matara al rey ocuparía el trono, le causó una herida en el cuello que no segó su vida gracias a una gruesa cadena de oro que colgaba del cuello. Isabel se preocupó de que preparasen un balance de deudas aún sin pagar, para satisfacerlas, para que el peso de ellas no le acusase al llegar a la presencia de Dios. Refiriéndose al atentado, escribía a su confesor, fray Hernando de Talavera: "Pues vemos cómo los reyes pueden morir en cualquier desastre, razón es de aparejar a bien morir".
Cuarenta y cinco años de dominación comunista marcan a un pueblo. Apatía, desilusión desconfianza... son huellas que tardarán en desaparecer de esas sociedades. En Lituania, según el testimonio de la periodista Paloma Gómez Borrero, en la capital, Vilnius, muchas tumbas tienen un banquito muy rústico al lado. Según le dijeron, sirve para "hablar" con los seres queridos, para confiarse, para desahogarse con ellos, sabiendo que nunca les delatarán. Hay tal psicosis de "chivatazo" que sólo se fían de los muertos para hablar con libertad.
Escribe sobre Juan Pablo II el Prelado del Opus Dei, Mons. Echevarría, en un artículo publicado en noviembre de 1996, con motivo de las Bodas de oro sacerdotales del Romano Pontífice: "Un conocido intelectual le sugirió: Santidad, procure cuidarse más; tanto trabajo le consume. Y el Papa, con el mismo afecto, pero con no menor firmeza, respondió: Por favor, no me dé este tipo de consejos. Yo estoy aquí para servir, y lo que necesita la Iglesia es un Papa que luche todos los días para ser santo. Además, después de un Papa viene otro".
El sacerdote D. Jesús Urteaga hace, como presentación de la Colección de Biografías Mundo Cristiano, allá por el año 1989, un excelente resumen de un capítulo de El Quijote. Y luego saca la moraleja.
"El caballero pretende entrar en la polvareda cuajada de dos copiosísimos ejércitos en batalla. Don Quijote, siempre dispuesto a prestar ayuda al desvalido y menesteroso, se pone del lado de Pentapolín, Rey de los Garamantas, contra el pagano Emperador Alifanfarón, pretendiente de la "fermosa y cristiana" hija de aquél. Es curioso. La reina María Cristina de Austria, durante su época de regenta de la Corona por la minoría de edad de Alfonso XIII, tuvo que firmar un decreto de concesión de una Gran Cruz de Isabel la Católica a una persona de quien nada sabía. Interrogaba a Sagasta:
-Pero, ¿qué hechos dignos de recompensa tiene en su haber? A lo que el jefe del gobierno repuso con prontitud: Debió ser por el mes de marzo o el de abril de 1855, cuando Domingo Savio tenía trece años. San Juan Bosco habló a los muchachos de santidad con una fuerza que conmovió a más de uno. En el caso de Domingo fue como una chispita que le hizo arder por dentro en amor de Dios, con un fuego que no se apagó nunca a lo largo de su breve vida en la tierra.
A los pocos días fue a ver a su maestro y le expuso con claridad su pensamiento: Mala costumbre la del nepotismo. Bien poco ejemplar fue en este terreno el Papa Alejandro VIII, aparte del mal ejemplo que dio por sus muchos gastos en banquetes y espectáculos teatrales, al favorecer descaradamente a sus familiares. Llegó a nombrar a uno de sus sobrinos jefe de las galeras pontificias, a pesar de ser cojo y giboso, ¡que ya son ganas! Decía a sus familiares, en alusión a su avanzada edad:
-¡Démonos prisa todo lo posible, porque en el reloj ya van dando las veintitrés! El 12 de marzo de 1545 llegaban a Montilla, procedentes de Osuna, los jóvenes condes de Feria, Don Pedro Fernández de Córdoba y Doña Ana Ponce de León. Pocas personas podían presumir de tanta alcurnia como estos dos personajes. Se hicieron grandes fiestas en honor de los nuevos esposos y también grandes gastos. Según nos relata M. De Roa, en su Vida de Doña Ana Ponce de León, iban en una carroza tan llena de plata, que no parecía de madera. Algunos se escandalizaron del derroche.
Esta historia se cuenta de uno de los grandes sabios de la antigüedad, Bías. Trataba de asediar su ciudad natal el rey de los persas, Ciro, y cada ciudadano salía a escape con lo que podía de sus pertenencias, procurando salvarse antes de que el cerco se cerrase definitivamente. Bías, en cambio, marchaba tan tranquilo sin nada en las manos. Los fugitivos le preguntaban con asombro:
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