Siempre me llamó la atención que se llamara "Gambrinus" un antiguo bar de Zaragoza; no cabe duda de que no es nombre usual, ni siquiera en este género de establecimientos. Hasta que un día, leyendo un libro sobre la historia de la piratería (Los piratas del Nuevo Mundo, de Rafael Abella), y a propósito de la costumbre pirata de beber en abundancia ron, ginebra y cerveza, resultó que la fuerza de las cervezas irlandesas que se echaban al coleto los bucaneros "hubieran hecho temblar al propio Gambrinus". Una vez sobre la pista de un nombre propio, el diccionario me aclaró que se trataba de un rey germano legendario a quien se atribuye la invención de la cerveza.
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Un sacerdote recién ordenado, allá por el año 1927 fue destinado a África como capellán auxiliar del Hospital Militar de Alcazarquivir. Cuando celebraba la Santa Misa algunos militares se quejaban de que era demasiado larga:
-Pero, Péter, ¿es que no puede ir más rápido? Decidió el sacerdote hacer algo de catequesis y echarle un poco de humor al asunto. Se presentó en la enfermería cuando estaban operando pacientemente a un enfermo: Lo contó un Obispo nacido en una zona montañosa de Italia, los Abruzos, y es un recuerdo inolvidable de una madre buena. Refería este prelado que en la época en que trabajaba como párroco de aldea le dijo un día su madre:
-Hijo, mañana domingo tengo que ir a Misa. El hijo sacerdote, con cariño, hizo todo lo posible por disuadirla de esa idea: -Madre, estamos en pleno invierno, hace un frío tremendo, los caminos están helados, puedes caerte, tu salud no anda nada bien; no estás en absoluto obligada por el precepto dominical... Lo cuenta un obispo polaco que conoció los horrores de los campos de concentración nazis durante la segunda guerra mundial. Mons. Majdanski era todavía seminarista, primero en el lager de Sachsenhausen, después en uno de los más tristemente famosos, el de Dachau.
Karl Leisner, diácono alemán, enfermo de tuberculosis -ya lo estaba cuando fue arrestado-, se encontraba en fase crítica a finales de 1944. El Obispo de la diócesis francesa de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet, también prisionero en el campo, tras haber obtenido secretamente los permisos oportunos, administró el presbiterado a aquel hombre que se moría irremisiblemente. El nuevo sacerdote celebró su primera y última Misa el día de San Esteban, el 26 de diciembre de 1944. Mons. Majdanski lo recuerda "atlético, tenaz y devoto"; también dice de él: "Era la viva imagen de las palabras de San Pablo: Trabaja conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim 2,3)". Con cuánta emoción se preparó y celebró aquella única Misa de su vida, que venía a ser como la síntesis de todo su amor al sacerdocio y a Cristo-Sacerdote; qué mejor preparación para ir al encuentro del Señor; no necesitó escuchar aquello de San Juan de Avila: "de mucho tendrá que dar cuenta", porque ya lo sabía y muy bien (cfr. J. Eugui, Nuevas anécdotas y virtudes, n. 98). Santo Tomás Moro, ya en su época de Lord-Canciller de Inglaterra, acostumbraba a ayudar a Misa en su parroquia de Chelsea todos los días. Una vez lo descubrió por casualidad uno de los hombres más importantes del reino, Thomas Howard, duque de Norfolk, y le comentó que le parecía shocking, chocante, y se preguntaba qué diría el rey si se enteraba de que un todo un Lord-Canciller se dedicaba a algo tan vulgar como hacer de monaguillo. Moro respondió que, conociendo al rey, seguro que le alegraría saber que su Canciller servía al Señor de ambos y de todos.
El fundador de la Casa de Austria, Rodolfo de Habsburgo, fue elegido para reinar en Alemania en el año 1273. Cuando todavía era conde le ocurrió lo siguiente. Yendo un día a caballo por un camino, se encontró con un sacerdote que marchaba a pie para llevar el viático a un enfermo. Rodolfo saltó inmediatamente del caballo e hizo subir al clérigo, y él mismo fue teniendo las bridas hasta la casa del enfermo. Luego el sacerdote quería darle las gracias, pero el conde ni le dejó; sino que encima le regaló el caballo porque, pensaba, él ya no era digno de volverlo a montar después de haber sido portador de su Dios.
Es el 15 de diciembre de 1880. La reina María Cristina se dirige con su esposo en carroza de gala hacia la plaza de toros; van a presidir la corrida que en honor de su hija María de las Mercedes se piensa celebrar ese día. Cuando la comitiva entra en la calle del Arenal, sale el párroco de San Ginés llevando el viático a un enfermo. El sacerdote camina recogido. Le precede un monaguillo tocando la campanilla y el sacristán con un farol encendido, como es costumbre.
Javi, un niño de tres años, dice a su madre:
-Mamá, ¿a que cuando comulgas, el alma se pone blanca? La madre responde que sí. El niño vuelve a la carga con otra aseveración: -¡También se pone amarilla! El gran pintor italiano Rafael recibió el encargo del Papa Julio II de pintar una estancia del Vaticano bien famosa: la Stanza de Heliodoro. Hay entre los frescos uno dedicado a un milagro eucarístico muy conocido: "La Misa de Bolsena".
¿Cuál es la historia que inspira la pintura del artista de Urbino? Corría el año 1263, cuando un sacerdote de Bohemia que estaba de paso por aquella localidad, al celebrar la Santa Misa en la iglesia de Santa Cristina, sintió muchas dudas sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía; no acababa de aceptar que las palabras de la consagración pudieran obrar el milagro de la transustanciación, es decir, la admirable conversión de la sustancia del pan en el Cuerpo del Señor y de la sustancia del vino en su Sangre, como cree y enseña la Iglesia. En ese momento vio, atónito, cómo los corporales sobre los que celebraba la Eucaristía se empapaban de la Sangre de Cristo. Los presentes también quedaron estupefactos. Enseguida llevaron los corporales hasta la cercana Orvieto, porque allí se encontraba el Papa Urbano IV (su pontificado tuvo lugar entre el 1261 y el 1264). Este hecho animó al Pontífice a instituir la fiesta del Corpus Christi, que ya había comenzado a celebrarse por aquellos años en Flandes. Se disfruta con una breve anécdota contenida en un artículo de J.L. Martín Descalzo: "Hay estrellas". Nos habla de una niña de unos tres años -una sobrinilla- que llevaron al pueblo de los abuelos por vez primera. La cría se asombraba con todo lo que jamás había visto en la ciudad: el corral, con sus gallinas y conejos, los animales de la cuadra... Pero lo más extraordinario vino por la noche. Tomó a su madre por la manga y no cesaba de insistir: "¡Ven, ven, ven!". La mujer se dejó guiar por la criatura hasta el patio. Allá la pequeña levantó su manecita hacia el cielo, y "desde la cima de la oratoria, decía una sola palabra: ¡Mira!"
La niña había visto por primera vez en su vida el maravilloso espectáculo de las estrellas. Con ese "¡mira!" estaba dicho todo. La pluma de Martín Descalzo se recrea: "Arriba ardía la pedrería de un cielo milagroso y estrellado que sólo puede verse algunos días de verano en los pueblos de Castilla". |
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