He leído que los japoneses tienen el siguiente dicho: "Si quieres ser feliz unas horas, emborráchate; si quieres ser feliz unos días, mata un cerdo; si quieres ser feliz un año, cásate; si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero".
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La Revolución Francesa, frente a lo que muchos imaginan, fue una revolución terriblemente persecutoria para la Iglesia y estuvo animada por un espíritu fanático e intolerante. Por ejemplo, la comisión militar de Angers condenó a varias mujeres a morir fusiladas por el delito de "fanatismo", que equivalía practicar el culto católico. Según Voltaire, los fanáticos no merecían la tolerancia (Traité sur la tolérance). Entre los ajusticiados por orden de un tribunal revolucionario en Cambrai (1794) figuran: Angelique Dupuis, acusada de haber confeccionado hostias para la Misa; el marqués de Lavestine y su esposa, por esconder a sacerdotes "refractarios"; Agustín Boulanger, por tener dos hermanos canónigos; Eustaquio Carlier, agricultor, por haber dicho "que los curas juramentados de la Asamblea Nacional eran unos miserables".
A veces te encuentras en la vida con gente joven que por dentro son auténticos viejos: carecen de ideales, no encuentran nada a lo que entregarse, ninguna causa que valga la pena, y parecen ya estar de vuelta de todo... sin que tampoco hayan ido previamente a ninguna parte. Se podría ejemplificar con una pequeña anécdota. Un chavalín había ido por primera vez en su vida a Granada y había tenido la oportunidad de conocer la famosa Alhambra. Al regresar, su madre le preguntó:
Recuerdo lo que decía en una entrevista un escritor de gran fecundidad productora y abundantes ventas, aunque no de gran calidad literaria:
-Pido perdón por haber tenido éxito. Entre la flor de milagros jacobeos está el de un gran pecador venido de la lejana Italia, allá por la Edad Media y en tiempos del santo Obispo Teodomiro, para obtener la remisión de sus culpas, que no eran pocas ni leves. Lo narró con maestría Torrente Ballester; aquí se hará breve resumen.
El conocido escritor catalán Gironella tiene la sencillez de relatar algo de lo que siempre se ha arrepentido. No es como tantos "famosos" que en la revistas aseguran que jamás se han arrepentido de nada. Él reconoce que fue cobarde y no dio un paso que debería haber dado.
Una mujer de la campiña francesa tenía escondido durante la Segunda Guerra Mundial a un comunista chino que trataba de hacerla perder la fe. Ella se limitaba a contestar a los ataques contra sus creencias: -Usted es un hombre sabio, usted ha estudiado. Yo no sé otra cosa sino que Jesús nos ha dicho que amemos a los demás como Él nos amó. Nos los cuenta un hermano sacerdote de la Orden Hospitalaria, Braulio Novella, hombre bien avezado en todo los que se refiere a contacto con el sufrimiento. Se trata de una mujer a la que los médicos dieron un par de meses de vida cuando era joven, y ahora acaba de cumplir los cuarenta de estancia ininterrumpida en la cama; está enormemente contenta.
Manuel, un enfermo de un hospital psiquiátrico, llama la atención porque nunca se queja de nada. Su cabeza no está enferma, sino su cuerpo, que sufre parálisis total desde hace muchos años. En buena lógica no debería estar en ese centro hospitalario, pero -cosas de la vida- allí ha quedado abandonado a su suerte después de haber rodado por otros establecimientos del mismo género. Él está siempre contento, y siempre elude la compasión.
Así calificó la prensa italiana en mayo de 1995 -"milagro de amor"- la vuelta a la "vida" de un muchacho que estuvo en coma durante cuatro años, tras sufrir un accidente de tráfico, gracias al continuo apoyo de su novia.
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