-De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía "la puerta abierta"... Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.
Narciso Yepes, según cuenta él mismo, fue bautizado y nada más. No había recibido ni la más mínima instrucción religiosa, ni había hecho la primera comunión, ni practicaba, ni creía en nada; carecía de cualquier inquietud de orden religioso. A la edad de veinticinco años, cuando todavía no era el músico de fama mundial que llegaría a ser con el tiempo, encontrándose en París, acodado en puente del Sena, miraba fluir el agua... Era por la mañana, exactamente el día 18 de mayo de 1951. Y narra:
-De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía "la puerta abierta"... Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.
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Algunos dijeron con ironía: "Después de engañar a todo el mundo, ha querido terminar engañando a Dios". Hablaban de Talleyrand y su muerte.
Charles Maurice Talleyrand Périgord, más conocido por Talleyrand a secas, fue hombre de ambición insaciable. Amigo del placer de vivir, del dinero, de la buena mesa, del juego, del amor, diplomático y político incombustible... Perteneciente a una familia noble, es destinado por sus progenitores a la carrera eclesiástica sin que él sienta ninguna inclinación por ella. Pero acepta el sacerdocio y alcanza el episcopado. Luego acaba por apostatar y por abandonar la práctica religiosa. Pío VI lo excomulga en marzo de 1791. Escribe Tatiana Goritchéva en Nosotros, soviéticos conversos, -capítulo "Carta a una amiga en Occidente. Conversión"-, los pasos de su vida hasta llegar al cristianismo. Su formación marxista y atea, normal en la Unión Soviética, y el nihilismo en el que se encontraba, al mismo tiempo que una aguda insatisfacción, la iban trabajando cada vez más por dentro; también la influían sus lecturas de los filósofos occidentales: Nietzsche, Sartre, Camus y Heidegger, que, al menos, suponían un contacto con un pensamiento de libertad; después estaba su interés por el yoga, en época de miedos, torturas interiores y desesperanzas...
La pista de Edith Stein se pierde en el momento en que se la llevan al campo de exterminio de Auschwitz, del que nunca saldrá. Es de suponer que murió en alguna cámara de gas en el año 1942. Esta mujer excepcional, beatificada por Juan Pablo II, había nacido en Breslau, en el 1891, de familia judía. En su juventud no había practicado religión alguna. Adscrita a la escuela fenomenológica, llegó a ser profesora auxiliar de Husserl y discípula predilecta de este maestro.
No es fácil describir el itinerario que lleva a una persona a la fe. La gracia se sirve de circunstancias y sucesos, a veces aparentemente insignificantes, para conducir suavemente hacia la verdad y la entrega a un determinado ser humano. Pero es seguro que un hecho fue decisivo en la conversión de Edith. Corría el año 1921 y fue a pasar unos días de vacaciones de verano a casa de una familia amiga -los Martius, protestantes-, en Bergzabern. Allí, en un momento de aburrimiento, husmeando en la biblioteca, encontró el libro de la Vida de Santa Teresa (la autobiografía de la Santa, que no estaba allá por casualidad, sino que se trataba de un regalo que a Edith habían hecho tiempo antes unas amigas católicas: Pauline y Ana Reinach; ella había dejado el libro en aquella casa sin prestarle atención). Comenzó a leerlo y ya no pudo parar hasta el final. Cuando lo hubo cerrado, exclamó: "¡esta es la verdad!" El 1 de octubre de 1957, a las cinco de la madrugada, un preso moría guillotinado en la prisión parisina de la Santé. Este hombre -Jacques Fesch- había terminado su diario, dedicado a su hija, con estas palabras: "Dentro de cinco horas vería a Jesús. Ojalá que aguante el golpe. ¡Ayúdame, Virgen Santa! Adiós a todos y que el Señor os bendiga!" Se había despedido del preso que vivía en el piso de arriba, diciéndole:
-Estoy persuadido de que nos volveremos a ver. ¿Sabes?, cuando nos encontremos allá arriba, creo que te reconocerá por tu voz. Así que te digo simplemente: hasta la vista. Y, mientras tanto, si te encuentras algún día con mi hija, dile cuánto me arrepiento, cuánto la quiero... Jean -Marie Lustiger, judío converso, Cardenal Arzobispo de París desde febrero de 1981, es preguntado sobre cuál es el punto más importante de su plan pastoral sobre la diócesis que el Papa Juan Pablo II le ha confiado. La respuesta es sencilla y, para alguno, quizá sorprendente:
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