Así calificó la prensa italiana en mayo de 1995 -"milagro de amor"- la vuelta a la "vida" de un muchacho que estuvo en coma durante cuatro años, tras sufrir un accidente de tráfico, gracias al continuo apoyo de su novia.
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El escritor florentino Giovanni Papini (1881-1956) escribió con cierta amargura algo que no compartimos: "Los amigos no son más que enemigos con los cuales hemos pactado un armisticio no siempre estrictamente observado". Quizá lo afirmó algún día en que andaba algo "depre", como suele decirse. De todos modos no es raro encontrar bromas y chistes que dan una versión un tanto pesimista de la amistad; así sucede con tantas historietas donde el amigo sólo aparece para pedir dinero prestado y, por tanto, hay que estar atento para dar el esquinazo al inoportuno.
A Enrique IV de Francia (1553-1610) se le recuerda especialmente por la famosa frase de "París bien vale una Misa", aunque hay que decir a su favor que la conversión al catolicismo no fue fingida, como lo demuestra el que favoreciera a algunas Órdenes religiosas y la amistad que tuvo con San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. Este fue el primer rey Borbón y gozó de la estima general de sus súbditos.
Cuenta el recién citado Gustave Thibon (El equilibrio y la armonía) un viaje por tierras españolas hace muchos años, cuando en este país apenas se sabía qué era eso del turismo. Andaba a la sazón por un rincón perdido de Asturias, viajaba en coche con dos familiares suyos y tuvieron una grave avería en medio de una especie de pedregal y bajo el sol. La carretera estaba desierta y comenzaron a inquietarse, pero apareció por fin un camión que se detuvo al instante.
Hay quien piensa que la caridad cristiana -sobrenatural por el fin y por el origen- equivale a amar al prójmo por razones meramente extrínsecas, como si el prójimo no fuera en sí mismo amable. Cuentan que una dama de la alta sociedad -lo refiere J. Hervada en El hombre y su dignidad en palabras de Mons. Escrivá de Balaguer, artículo publicado en "Fidelium Iura", nº 2, 1992- atendía en cierta ocasión a un enfermo pobre. Agradecido éste por las atenciones recibidas, mostró su gratitud a la señora con palabras emocionadas. Ella le cortó en seco:
El franciscano P. Maximiliano Kolbe, canonizado por el Papa Juan Pablo II, nació en Polonia en el año 1894. Estudió teología en Roma y ejerció el magisterio en la ciencia eclesiástica. En 1930, sus superiores lo trasladaron a Japón, donde trabajó como misionero con gran generosidad. Años después, vuelto primero a Alemania y luego a su Polonia natal, fue encarcelado por la Gestapo y recluido en el tristemente famoso campo de concentración de Auschwitz (el Oswiecin polaco). Corría el mes de mayo de 1941 cuando llegó a este terrible lugar. A finales de julio se produjo una fuga -un panadero de Varsovia apellidado Klos-, y los jefes, como represalia, eligieron a una serie de prisioneros -diez- que morirían de hambre a causa del escapado y para evitar otros intentos.
A algunos Santos parece que los vemos siempre unidos a algún hecho concreto, con una imagen difícil de variar; por ejemplo, contemplamos a San Martín en el instante de dividir la capa con el pordiosero, o a San Francisco de Asís con un lobo a su lado, manso como un corderillo; en el caso de San Juan de Dios, la imagen es la de un individuo que acaba de cargarse al hombro a un pobre enfermo.
Hay quien piensa que la caridad cristiana -sobrenatural por el fin y por el origen- equivale a amar al prójmo por razones meramente extrínsecas, como si el prójimo no fuera en sí mismo amable. Cuentan que una dama de la alta sociedad -lo refiere J. Hervada en El hombre y su dignidad en palabras de Mons. Escrivá de Balaguer, artículo publicado en "Fidelium Iura", nº 2, 1992- atendía en cierta ocasión a un enfermo pobre. Agradecido éste por las atenciones recibidas, mostró su gratitud a la señora con palabras emocionadas. Ella le cortó en seco:
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