-¡Me vendo! -grité.
El rey me cogió de la mano y me dijo:
-Soy poderoso, puedo comprarte.
Pero nada le valió su poderío y se volvió sin mí en su carroza.
Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía y yo vagaba por el callejón retorcido cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro. Dudó un momento, y me dijo: