Uno de los ejemplos más formidables que se pueden poner de tesón lo ofrece, con su conducta, la célebre Helen Keller (1880-1968), una mujer que, enseguida de nacer, a causa de una enfermedad, queda ciega y sordomuda de por vida. Ayudada por una gran maestra, la también famosa Anne Sullivan, consigue aprender a leer y escribir por el método Braille. Pero con su voluntad férrea, la meta que se traza es lograr hablar. A base de años de esfuerzos agotadores llega a hacerse entender.
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Abraham Lincoln, el decimosexto Presidente de los Estados Unidos (1809-1865) tuvo una esposa que resultó vital para que alcanzara la meta a la que llegó. Mary Todd, activa y ambiciosa, fue capaz de tirar de aquel abogado de pueblo y hacerlo el hombre más importante del país.
El caso es que Lincoln padecía serios conflictos sentimentales. Con las mujeres era tímido y tenía algo así como horror del matrimonio. Le costó comprometerse con Mary, y en el último momento le dio miedo la boda y no acudió a la ceremonia; o sea, que como suele decirse, la dejó compuesta. Pero Mary no era de las que se arredran. Reprimió su indignación, se tragó el amor propio y esperó a que pasara la crisis. Lincoln estaba con los nervios muy alterados y tuvo que retirarse a descansar. Pasó la crisis, y Lincoln, todavía melancólico y desilusionado, regresó junto a Mary para contraer matrimonio con ella. El famoso general Prim, nacido en Reus (1814) y muerto en el atentado de la calle del Turco (1870), como recuerda la vieja canción infantil, ha pasado a la historia, entre otros motivos, por el valor y la serenidad que demostró en el campo de batalla. M. Fernández Almagro, en su Historia política de España contemporánea, emite este juicio: "héroe de temerario valor en los Castillejos, espíritu sagaz y hábil en la retirada de México; conspirador sutil y tenaz; tribuno de personal estilo; voluntad flexible, talento claro; previsor en el cálculo, resuelto en la acción". También podría haber añadido algo el ilustre historiador sobre la decisión de llegar alto en la milicia, porque la divisa de D. Juan Prim y Prats decía: "O faja o caja". Es decir, o llego a general (fajón) o muero en el empeño (el ataúd).
Hay un cuento que habla de tenacidad. De trabajo duro y constante. Es La historia del pintor japonés.
Un rico comerciante encargó a un pintor famoso que le pintara un cuadro de un tigre y que fuera un tigre verdaderamente real. Pasaba el tiempo y no había noticias del cuadro. Tan impaciente estaba ya el hombre que ya no pudo aguantar más y fue a visitar al artista. El pintor le rogó que tuviera la cortesía de esperar un poco, porque se lo iba a hacer en un momento. Y en efecto, trazó magistralmente la bella estampa de un tigre saltando sobre una presa con prodigiosa agilidad... Ya hemos visto a la Reina Sofía en su época de colegiala en Salem dentro del apartado dedicado al "Examen". Fue una época en la que recuerda haber aprendido mucho en lo referente al sentido de responsabilidad. Pero también es interesante ver cómo considera la diferencia entre vivir en el colegio y estar en la corte de Grecia.
En Salem cabía alguna rebeldía, alguna protesta, alguna queja, alguna crítica. Pero en Grecia -asegura- no había vía de escape posible, sino hacer en cada momento lo que debía hacerse, y nada más: Albino Luciani, el futuro Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, siempre tuvo una salud muy delicada. Juan XXIII pidió al Obispo de Padua, Mons. Bortignon, el nombre de un sacerdote idóneo para ponerlo al frente de la diócesis de Vittoro Veneto. La respuesta fue que en Belluno había un sacerdote joven, un tal Luciani, que parecía que de un momento a otro se iba a partir en dos...
Sería débil de cuerpo, pero no de espíritu. Cuando en el pueblo de Canale d'Agordo, en el año 1945, los partisanos habían preparado horcas para ajusticiar a los fascistas del pueblo, el sacerdote, D. Albino, logró que las horcas desaparecieran de un día para otro, y al menos una docena de personas le debían la vida. Parece ser que amenazó con ser el primero en subir a la horca si las ejecuciones no se suspendían en el acto. Las vidas de los primeros misioneros y misioneras combonianos en Sudán -último tercio del siglo XIX- emparientan muy bien con las Actas de los mártires de comienzos del cristianismo. Antes de partir para esas misiones, el fundador, Daniel Comboni, habla a las nacientes vocaciones del recién fundado Instituto. No les engaña sobre los peligros y sacrificios que afrontarán en tierras africanas. Dice en marzo de 1876, en coincidencia con los votos de las dos primeras misioneras, que tienen que ser santas, pero "verdaderas santas y no con el cuello torcido, porque en África es preciso tenerlo derecho; monjas valientes y generosas". Con lenguaje directo y algo rudo, para que le entiendan bien, añade: "Hijas, recordad que sois carne para el matadero... Preparaos a trabajar por las almas sin ver ningún fruto de vuestras fatigas. Sólo en la tercera o cuarta generación habrá buenos cristianos... Trabajad por el Señor, pero en este mundo no esperáis más que ingratitudes y piojos". Eso se llama hablar claro, y cuánto se lo agradecieron...
Del martirio de las santas Felicidad y Perpetua ya se ha tratado anteriormente en el capítulo dedicado a la Castidad (anécdota n. 47). Añadimos ahora nuevos detalles sobre la entereza de Perpetua ante los intentos de su padre de persuadirla de que renegara del cristianismo y sacrificara a los ídolos.
El hombre intenta conmoverla de todas las maneras posibles, y para lograr derribarla le dice que tenga compasión de él, que piense en sus hermanos, en su madre y en su tía materna, y también, cómo no, en el niñito que está criando. Narra la propia Perpetua: "me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora". Perpetua trata de animar a su padre con palabras muy sobrenaturales, pero no consigue consolarlo. El hombre vuelve a la carga al día siguiente, que es el del juicio, llevando en los brazos al hijito de Perpetua: Entre los hombres más ilustres de Inglaterra, tanto en el terreno militar como en el de la política, hay que destacar al famoso Duque de Wellington, a quien también podemos considerar noble español por haber alcanzado el título de Duque de Ciudad Rodrigo, con grandeza de España -¡ahí es nada!-, por la liberación de esa ciudad, ocupada por las tropas francesas, en la guerra de la Independencia. Nacido en Dublín en 1769, alcanzará su mayor éxito militar como jefe de los ejércitos (Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra) que derrotaron a Napoleón en Waterloo el 18 de junio de 1815.
Es síntoma de fortaleza la ecuanimidad y también la serenidad ante las dificultades de la vida misma.
Unos conductores de camión de cierta capital de provincia decidieron adquirir con el fruto de todos sus ahorros un vehículo usado para establecerse por su cuenta. Al poco tiempo, en la bajada de un puerto, les falló el freno y, por no irse por un barranco, dirigieron al camión hacia unas rocas; salieron ilesos pero por los "despojos" del vehículo sólo les ofrecieron, en plan de chatarra, el 5% de lo que les había costado. Cuando iban para la estación del tren, con intención de regresar a sus casas, alguien les comentó que menuda pena haber perdido todos los ahorros en tan poco tiempo, vaya desgracia, y tal. Uno de ellos respondió muy sereno: |
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