De su afecto hacia el esposo hay un bello testimonio procedente de una carta confidencial: pedía en sus oraciones a Dios que, si uno de ambos hubiera de morir, fuera ella, porque Fernando resultaba más necesario a los reinos.
Cuando al final de su vida llegó a la convicción de que su fin estaba ya próximo, ordenó que los monasterios que recibían limosnas dejasen de suplicar por su vida y rogasen a Dios por la salvación de su alma.
Cfr. L. Suárez Fernández, Isabel, mujer y reina