Dicen que había obreros trabajando en la misma habitación del Papa Juan XXIII. Al llegar el Pontífice y encontrarse con ese panorama, tranquilizó a los operarios y les pidió que continuaran con sus tareas como si tal cosa, mientras él se disponía a sentarse en una silla y rezar su breviario. Al ver que la tal silla estaba llena de polvo, el Pontífice tomó un trapo y se puso diligentemente a limpiarla, sin dar tiempo a los obreros a echarle una mano. Y comentó con su habitual simpatía y llaneza:
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Oscar Wilde pasó épocas de gran penuria económica, sin más dinero que el que lograba obtener de sus más fieles amigos. Le habría bastado con escribir cualquier cosa, pero la pereza le podía. Murió en París a los cuarenta y seis años, el 30 de noviembre de 1900. Posiblemente se trate de una leyenda, como tantas otras que se ha creado en torno a su figura, pero cuentan que poco antes de morir pidió champagne y cuando le fue traído declaró con humor:
Podría contar unas cuantas cosas de un conocido que era de lo más avaro que se ha visto por estos mundos de Dios. Los bienes terrenos se le pegaban como lapas, o, más bien, era él quien se adhería a ellos con una argamasa que, al raguar, hacía imposible el despegue. Por ejemplo, le pedía un hijo unas pesetillas para poder ir a ver un ofidiario, o sea, un zoo donde se exhibían preciosos reptiles de las más variadas procedencias del planeta; ejemplares únicos, bellísimos algunos, otros muy raros... Pero este caballero no soltaba moneda:
No hace falta decir que la virtud cristiana de la pobreza tiene más que ver con el desprendimiento de los bienes de este mundo que con el hecho, mondo y lirondo, de tener o no tener. Pues a propósito de desprendidos, se cuenta que una vez uno envió a su criado a casa de un amigo para ver si le podía prestar cierto libro por el que estaba muy interesado. El propietario contestó que no acostumbraba a prestar nada de su biblioteca y que, por lo tanto, prefería que se diera una vuelta por su casa y consultara in situ el deseado volumen. Mira por dónde que, pasado el tiempo, este último necesitaba una regadera para echar agua a las macetas de su jardín, y se pasó por casa del primero.
En cierta ocasión, Luis XI de Francia (1423-1483) entró en la cocina y observó a uno de los pinches que se afanaba en su trabajo. Se interesó por él:
-Oye, ¿cómo te llamas? Un sacerdote nos refiere un bonito ejemplo de piedad sencilla. Lo protagoniza un chaval, "barman" en una cervecería sevillana (cfr. A. Manuel Fernández, Santa María y el amor humano). Le pregunta al final de una clase de formación cristiana:
Fue testigo del hecho Jaime de Ossó, padre de D. Enrique, futuro Fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, y se lo contó emocionado a su mujer, la buena de Doña Micaela, aquel mismo día.
'Aunque a primera vista pueda parecer un sinsentido, lo cierto es que la extraordinaria piedad para con Dios fue la causa de que San Juan de Ávila se quedara en Sevilla y no cumpliera su sueño de embarcarse para misionar en América. Todo tiene su explicación en este mundo.
El mismo día de la boda, al quedarse solos, pidieron al Señor que la vida que empezaban en común se viera coronada por el éxito. También rezaron por los hijos que tendrían que venir. Y además añadieron esta oración tan bonita: "Señor, te pedimos que no nos dejes nunca de tu mano, que tu amor esté siempre entre nosotros. Haz, Señor, que nuestra casa sea tu templo favorito y nuestros corazones tu sagrario preferido".
La Reina Doña Sofía recuerda su conversión al catolicismo. Pocas diferencias había encontrado con la ordoxia griega en el terreno doctrinal -salvo el primado del Romano Pontífice-, pero le había llamado la atención, en lo referente a los sacramentos, que en su tierra no se acostumbraba a comulgar con la frecuencia que veía en España. En efecto, en Grecia, por lo visto, se suele comulgar una vez al año solamente, aunque no hay inconveniente en hacerlo más veces. A ella le llamó la atención el número elevado de personas que recibían la Eucaristía los domingos en España, y también que bastantes lo hicieran a diario. Admite que con el pasar del tiempo sufrió cierta decepción, porque había pensado que se trataría de cristianos buenísimos, pero no siempre era así:
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