La niña había visto por primera vez en su vida el maravilloso espectáculo de las estrellas. Con ese "¡mira!" estaba dicho todo. La pluma de Martín Descalzo se recrea: "Arriba ardía la pedrería de un cielo milagroso y estrellado que sólo puede verse algunos días de verano en los pueblos de Castilla".
Se disfruta con una breve anécdota contenida en un artículo de J.L. Martín Descalzo: "Hay estrellas". Nos habla de una niña de unos tres años -una sobrinilla- que llevaron al pueblo de los abuelos por vez primera. La cría se asombraba con todo lo que jamás había visto en la ciudad: el corral, con sus gallinas y conejos, los animales de la cuadra... Pero lo más extraordinario vino por la noche. Tomó a su madre por la manga y no cesaba de insistir: "¡Ven, ven, ven!". La mujer se dejó guiar por la criatura hasta el patio. Allá la pequeña levantó su manecita hacia el cielo, y "desde la cima de la oratoria, decía una sola palabra: ¡Mira!" La niña había visto por primera vez en su vida el maravilloso espectáculo de las estrellas. Con ese "¡mira!" estaba dicho todo. La pluma de Martín Descalzo se recrea: "Arriba ardía la pedrería de un cielo milagroso y estrellado que sólo puede verse algunos días de verano en los pueblos de Castilla". Para algunas cosas no deberíamos nunca perder esta capacidad de admiración propia de los niños. A lo mejor, miramos extasiados durante una hora a una máquina que transforma un montón informe de carne en salchichas, pero no nos asombramos, por la rutina que nos invade, ante la maravilla de una Eucaristía que nos "trae" a Cristo, todos los días y en cualquier parte del mundo.
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