El escritor florentino Giovanni Papini (1881-1956) escribió con cierta amargura algo que no compartimos: "Los amigos no son más que enemigos con los cuales hemos pactado un armisticio no siempre estrictamente observado". Quizá lo afirmó algún día en que andaba algo "depre", como suele decirse. De todos modos no es raro encontrar bromas y chistes que dan una versión un tanto pesimista de la amistad; así sucede con tantas historietas donde el amigo sólo aparece para pedir dinero prestado y, por tanto, hay que estar atento para dar el esquinazo al inoportuno.
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A Enrique IV de Francia (1553-1610) se le recuerda especialmente por la famosa frase de "París bien vale una Misa", aunque hay que decir a su favor que la conversión al catolicismo no fue fingida, como lo demuestra el que favoreciera a algunas Órdenes religiosas y la amistad que tuvo con San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. Este fue el primer rey Borbón y gozó de la estima general de sus súbditos.
Cuenta el recién citado Gustave Thibon (El equilibrio y la armonía) un viaje por tierras españolas hace muchos años, cuando en este país apenas se sabía qué era eso del turismo. Andaba a la sazón por un rincón perdido de Asturias, viajaba en coche con dos familiares suyos y tuvieron una grave avería en medio de una especie de pedregal y bajo el sol. La carretera estaba desierta y comenzaron a inquietarse, pero apareció por fin un camión que se detuvo al instante.
Jean -Marie Lustiger, judío converso, Cardenal Arzobispo de París desde febrero de 1981, es preguntado sobre cuál es el punto más importante de su plan pastoral sobre la diócesis que el Papa Juan Pablo II le ha confiado. La respuesta es sencilla y, para alguno, quizá sorprendente:
Cuenta Peter Kreeft que un día, en una de sus clases de ética, un alumno dijo que la moral era algo relativo y que como profesor no tenía derecho a imponer valores propios. Kreeft quiso entrar al debate y lo hizo así:
-De acuerdo. Voy a aplicar tus valores a la clase, no los míos. Como dices que no hay absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi conjunto particular de ideas personales incluye algunas particularidades muy especiales, ahora mismo voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas. Un sacerdote chileno, con sus buenos ochenta años ya a cuestas -aunque no los representa- y en activo, y muy activo, refiere a un escritor español detalles de su vida de servicio a Dios. Don Sergio, entre otras cosas, ha creado una fundación que lleva diecinueve hogares en los que se atiende a dos mil ancianos abandonados, más un comedor que da de comer a unos trescientos pobres cada día. ¿Que por qué es tan feliz? Motivos tiene diversos para estar contento, comenzando por su misma vida sacerdotal. Pero sobre todo:
Ya sabía el doctor Ortiz de Landázuri que le quedaba poco tiempo de vida cuando una periodista del Diario de Navarra, Isabel Artajo, le solicitó una entrevista. A Don Eduardo le interesaba que su familia quedara a cubierto de necesidades en el momento en que él les faltara. Lo que menos le importaba era el modo en que le enterrarían:
Angela Ellis-Jones, abogada británica de 35 años, no puede sentirse en desventaja ante lo que suele llamarse una mujer "liberada". Ha dirigido una asociación universitaria, ha intervenido muchas veces en programas de televisión y ha sido candidata al Parlamento. No es creyente. Pero cuando escribe en el "Daily Telegraph" (12-XII-1996) sobre castidad, dice lo siguiente: "Hoy día, la mayoría de las mujeres sostienen su derecho a la libertad sexual. Pero la única libertad sexual que yo he deseado es la de estar felizmente casada. Desde mi adolescencia sabía que había de guardarme para el matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión".
Alguna vez habremos oído decir: "es que la Iglesia considera que el sexo es algo vergonzoso". No hay tal; tampoco ha enseñado nunca que el dinero sea algo vergonzoso, y, sin embargo es evidente que de él se puede hacer un uso digno, incluso merecedor de aplauso, y que también cabe emplearlo con móviles miserables y abyectos.
Hay quien piensa que la caridad cristiana -sobrenatural por el fin y por el origen- equivale a amar al prójmo por razones meramente extrínsecas, como si el prójimo no fuera en sí mismo amable. Cuentan que una dama de la alta sociedad -lo refiere J. Hervada en El hombre y su dignidad en palabras de Mons. Escrivá de Balaguer, artículo publicado en "Fidelium Iura", nº 2, 1992- atendía en cierta ocasión a un enfermo pobre. Agradecido éste por las atenciones recibidas, mostró su gratitud a la señora con palabras emocionadas. Ella le cortó en seco:
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