"-Mañana tengo que estudiar doce horas seguidas -aseguraba con mirada doliente.
Narra un sacerdote, con buen humor, recuerdos de un antiguo compañero de Colegio Mayor, prototipo del agobiado. Y el individuo era de esta guisa:
"-Mañana tengo que estudiar doce horas seguidas -aseguraba con mirada doliente.
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En este país se ha ironizado mucho con la poca laboriosidad de los empleados públicos y hay que decir que "de todo hay en la viña del Señor", y que "en todas partes cuecen habas, y en la mía, calderadas", aunque también es cierto que tanta insistencia en las chanzas debe obedecer a alguna realidad. Por otro lado, este género de críticas puede observarse en otras naciones cuando se trata del gremio funcionarial.
Siempre es fácil recurrir al chascarrillo en que se destaca el vicio de la pereza, aunque el ideal sea, más bien, presentar la virtud y animar con el buen ejemplo.
Se habla de un individuo que estaba apoyado en la puerta de una casa y ni se molestaba en tocar el timbre. Por fin alguien salió del interior de la vivienda y se topó con el que esperaba. El sistema comunista ha sembrado sal allá por donde ha pasado, también en los aspectos materiales y económicos. Ha sofocado la iniciativa privada y ha creado, con su estatalismo, un mundo de gentes sin estímulo ni sentido de la responsabilidad personal. Los obreros de la antigua Unión Soviética decían con sorna a propósito de sus relaciones con los jefes: "Ellos hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos como que trabajamos".
Suele decirse que la mejor lotería es trabajo y ahorro. En una línea parecida de convicciones se mueve la sabiduría popular cuando afirma que "con diez nobles abuelos no se pone el puchero", indicando que de poco sirve presumir de antepasados, linajes y abolengos..., si estos "méritos" no van acompañados de un patrimonio. Y también: "Con hermosura sola no se pone olla". El contenido de una popular seguidilla va también en esa dirección: "Dices que por el pelo tienes amores; / echa el pelo en la olla, / verás qué comes".
Le pidieron a un hombre que apoyara una tarea de interés apostólico. Él preguntó si se trataba de colaborar o de comprometerse. ¿Cuál era la diferencia? Lo explicó muy gráficamente:
Debe de tratarse de un simple historieta puesto que existen de este asunto al menos dos versiones: la del jardín y la del cuartel. Bueno, si optamos por la primera -poca diferencia hay-, resulta que durante cinco años estuvo un guardia vigilando a diario un determinado jardín, y no por cuestiones de moralidad pública ni por la posible presencia de drogadictos o navajeros, sino porque sí, porque así estaba previsto. Una investigación, cuando hubo cambio de alcalde, puso al descubierto que esa costumbre había nacido el día en que pintaron los bancos del jardín, para evitar que alguien se sentara en ellos y se viera perjudicado por la broma de mancharse. Al cabo de cinco años, los bancos estaban pidiendo ya a gritos una nueva mano de pintura, pero el guardia de siempre seguía vigilando: nadie le había dado nuevas órdenes.
No se puede decir que Santa Catalina de Siena fue una monja, sino que más bien ingresó en lo que ahora llamaríamos una orden tercera; en concreto se afilió a las llamadas Hermanas de la Penitencia, popularmente conocidas como "Mantellate", que vivían la espiritualidad de los dominicos. Llevaban el hábito de Santo Domingo, pero habitaban en sus casas y no hacían votos. Sin embargo, ella quiso hacer por su cuenta, en el momento en que tomó el hábito, los tres votos clásicos. En lo que a obediencia se refiere, se comprometió a obedecer al religioso director de las Hermanas, a la priora y al confesor, y lo cumplió en el curso de su vida de tal modo que, estando a punto de morir, pronunciará estas palabras históricas:
Santa Juana Francisca de Chantal, antes de emprender la fundación de la Institución que creó junto con San Francisco de Sales, recibió de éste, su director espiritual (v. "Dirección Espiritual"), un consejo muy acertado que ella nunca olvidaría y que le haría entender que no deben emprenderse mortificaciones que mortifiquen a otros.
Se hablaba un poco de todo, y, también, de cuestiones religiosas. Dos muchachos jóvenes universitarios y un hombre mayor, poco cultivado, sencillo. Los tres estaban de acuerdo en la importancia de la Virgen María en la propia vida. De repente el anciano se "descolgó" con una salida desconcertante para los muchachos:
-¡A que no sabéis cómo son los ojos de la Virgen! Yo si lo sé. |
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