Debe de tratarse de un simple historieta puesto que existen de este asunto al menos dos versiones: la del jardín y la del cuartel. Bueno, si optamos por la primera -poca diferencia hay-, resulta que durante cinco años estuvo un guardia vigilando a diario un determinado jardín, y no por cuestiones de moralidad pública ni por la posible presencia de drogadictos o navajeros, sino porque sí, porque así estaba previsto. Una investigación, cuando hubo cambio de alcalde, puso al descubierto que esa costumbre había nacido el día en que pintaron los bancos del jardín, para evitar que alguien se sentara en ellos y se viera perjudicado por la broma de mancharse. Al cabo de cinco años, los bancos estaban pidiendo ya a gritos una nueva mano de pintura, pero el guardia de siempre seguía vigilando: nadie le había dado nuevas órdenes. En la vida espiritual cabría que sucediera algo muy parecido a lo anterior. Uno lleva a cabo determinada práctica religiosa, por ejemplo, porque así lo hizo desde pequeño, sin plantearse su sentido y razón de ser, como impulsado por la inercia: "yo siempre lo hice así, pero tampoco sé muy bien por qué, y a estas alturas de la vida me da pereza introducir cambios en mis hábitos". Exagerando un poco, naturalmente.
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April 2014
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