"-Mañana tengo que estudiar doce horas seguidas -aseguraba con mirada doliente.
A las nueve cena.
-Qué noche me espera. Tengo que estudiar lo menos quince horas...
Después de la cena, una copita... Y entonces sí; con paso firme y mirada bizarra, entraba decidido en su habitación. Al cabo de diez minutos de estudio comprendía que, en realidad, donde mejor se trabaja es en la cama. Con tres almohadas de respaldo y un cuarto de hora perdido en trasladar el equipaje, se embutía el pijama, entraba en la piltra y abría el libro.
Un hora después me tocaba apagarle la luz".
Cfr. E. Monasterio, en "Mundo Cristiano", nº 424, abril de 1997