Estaba un día escuchando una emisora de radio –la Cope, para más señas– y comenzaron un programa dedicado a tres niñas a las que se les había iniciado el proceso de Beatificación y Canonización. Yo ya conocía a una de ellas: Alexia, a que tenía y tengo por muy santa. La madre, Moncha, relató al final del programa, como anécdota muy representativa de cómo era su hija, algo que he encontrado en una de las biografías (cfr. M. A. Monge, Alexia) y refiero seguidamente. Fue por la época de su primera confesión y primera comunión. Un día, después de confesarse, hizo la niña una genuflexión delante del Sagrario sin prisas y con la conciencia de quien sabe que ahí está Jesucristo, tal como la madre le había enseñado. |
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Pascua de Resurrección. Ciclo C
31 de marzo de 2013 Hch 10, 34a.37-43 / Sal 117 / Col. 3, 1-4 / Jn 20, 1-9 Alégrense hermanos, y canten de júbilo, más bien griten alborozados de gozo, porque hoy es la fiesta de la vida; es el triunfo de Jesucristo -después de la lucha- sobre lo más terrible que existe en el mundo, desde el primer hombre hasta hoy, la muerte. Y porque la muerte es triste lo es lo que la antecede, el dolor que luego viene con mucho sufrimiento y la ruina desoladora del envejecimiento. (¡Cuánto se invierte por aparecer joven o menos grande de lo que se es!) Se gastan millones en medicamentos, terapias, ejercicios y cosméticos; en vitaminas rejuvenecedoras, pero la muerte -como realidad inevitable- se presenta cada día en nuestra vida y en la vida ajena; noticieros de televisión, periódicos e inseguridad y violencia nos hablan de la muerte como realidad palpable. ¡Y hoy celebramos a Jesús que vuelve a la vida! Hoy es la Fiesta de las Fiestas. Jesucristo vive para siempre. Amanecemos con un corazón nuevo. Lo predijo Ezequiel: "Les daré un corazón nuevo... Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne". El Cirio encendido, centro litúrgico de la Pascua, es una metáfora perfecta del corazón nuevo.
1. El corazón nuevo es luminoso. Comparte la victoria de Cristo sobre las tinieblas del pecado y de la muerte. Posee una luz nueva: la fe. Con ella ilumina su vida y la de los demás y camina con alegría, a pesar de las inevitables lágrimas. Sentimos nostalgia. Nostalgia de Cristo. Todos los sagrarios del mundo están heridos, abiertos, vacíos. No está Él. Hoy no hay Eucaristía. Ayer retiraron su Cuerpo. Hoy permanece en el sepulcro del recuerdo y la añoranza de muchos; pero también en el del olvido y la indiferencia de otros. De cualquier forma, y casi sin saberlo, todo el mundo tiene hoy nostalgia de Dios. Siempre la ha tenido. Porque ni amores, ni amistades, ni negocios ni deportes ni hobbys ni placeres pueden remediar esa intima soledad del corazón que todos sentimos algunas veces.
Viernes de Pasión. Título certero le ha dado la tradición a este día. Porque en él, la pasión de Dios por el hombre llega a su punto más alto. Jesús muere de amor por nosotros. Su Corazón divino, inmutable, humano es vulnerable. Y se deja herir en este día. Aunque la herida no es nueva: es tan antigua como el pecado del hombre. Y sangra desde entonces. Porque desde entonces se hizo, en cierto modo, corazón de carne. No se explica de otro modo su tenaz debilidad por el hombre. "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?", escribió el poeta. "Nada, en realidad, que necesite o que no tenga", respondería Dios desde el cielo. "Si muero por ti, es por el Corazón enamorado que llevo dentro".
Día del amor hasta el extremo. Día de la Eucaristía. Porque eso es el Sacramento: amor hasta el extremo. Amor que supera cualquier límite. Los grandes límites del amor han sido siempre el tiempo, la distancia y la división. La Eucaristía es el amor de Jesús del Jueves Santo. Dos mil años después, recibimos ese mismo amor intacto, fresco y lozano. Las manos de Jesús son recientes en cada Hostia; cada una está recién salida de su Corazón.
Hoy Jesús tiene precio. Y es vendido. Como se vende una cosa, un animal, un servicio; pero no una persona. Dios se había hecho hombre. Hoy se hace mercancía. Treinta monedas de plata. Los sumos sacerdotes aceptaron el precio que Judas les propuso. Les salió barato. También hoy, Jesús se vende barato. En el mercado actual de valores, Jesús se cotiza bajo. Al menos frente al oro, al placer, a la fama mundana, al poder. Y todos, sin excepción, lo hemos vendido ya alguna vez. Porque eso es, en definitiva, el pecado: vender a Jesús a cambio de unas monedas de egoísmo, en cualquiera de sus formas.
Martes del adiós. Jesús se despide de sus apóstoles. Sabe que pronto se irá. ¡Y de qué manera: traicionado por uno de ellos! Despedirse siempre duele. Tanto más cuanto más se ama. Jesús se conmueve profundamente. Los apóstoles no habían sido fáciles: hombres rudos y duros de entendimiento. Tuvo que reprenderlos muchas veces. Pero los amaba. ¡Y cuánto! Todos nos hemos despedido alguna vez de personas muy queridas. ¡Cómo sangra el corazón! Fue ésta la primera sangre derramada por Jesús. Y ya no dejará de derramarla hasta que una lanza le atraviese el Corazón en el Calvario.
Lunes del amor que unge los pies de Jesús. Es María de Betania, con una libra de perfume de nardo auténtico, "muy costoso". Así es el verdadero amor: no mira el precio. Da lo mejor que tiene. El amor unge a la persona amada. Ungir es darle otro aroma. Ella puede oler mal. Los pies de Jesús no dejaban de ser pies. El amor de Maria les dio un olor muy diferente. Así es el amor: cambia lo desagradable en deleitoso y lo repugnante en inspirador.
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