Cuenta una vieja leyenda que tres hombres estaban una vez cruzando un desierto a caballo durante la noche. Cuando se acercaban a un riachuelo seco escucharon una voz que les ordenó desmontarse, recoger unas piedras, ponérselas en los bolsillos, y no mirarlas hasta la mañana siguiente. A los hombres se les prometió que si obedecían, iban a estar alegres y tristes a la vez. Luego de hacer lo que les indicaron, los tres montaron en sus caballos y siguieron su camino.
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X domingo Ordinario. Ciclo C
9 de Junio del 2013 1 Re 17, 17-24 / Sal 29 / Gal 1, 11-19 / Lc 7, 11-17 ¡Dos viudas, dos Profetas, dos milagros! El día de hoy nos presenta la palabra de Dios a dos viudas; una del Antiguo Testamento y otra del Nuevo; las dos sufren, las dos viven solas y son pobres; las dos se encuentran con alguien que las quiere ayudar en su situación peculiar; la primera se encuentra con el profeta Elías, la segunda con el Señor mismo. La primera se queja ante la muerte de su hijo, la otra no dice ni una palabra pero ante N. S. sus lágrimas son más elocuentes que cien palabras. Las dos experimentan un desgarramiento del corazón porque han muerto sus hijos. Elías pide a Dios que devuelva la vida al niño: N. Señor Jesucristo, como dueño de la vida y del destino de cada uno, devuelve la vida al joven que ya conducían al cementerio. Siendo niño pertenecí al Movimiento Scout. Ahí nos enseñaban, entre otras cosas, la importancia de la “Buena Acción” que consistía en realizar todos los días actos generosos y nobles, como recoger algún papel en la calle y botarlo en la papelera, ayudar en la casa a lavar platos, cuidar la fauna y la flora, ayudar a alguna persona anciana o impedida a cruzar la calle, etc. Me gustaba mucho cumplir esa tarea.
Sentimos nostalgia. Nostalgia de Cristo. Todos los sagrarios del mundo están heridos, abiertos, vacíos. No está Él. Hoy no hay Eucaristía. Ayer retiraron su Cuerpo. Hoy permanece en el sepulcro del recuerdo y la añoranza de muchos; pero también en el del olvido y la indiferencia de otros. De cualquier forma, y casi sin saberlo, todo el mundo tiene hoy nostalgia de Dios. Siempre la ha tenido. Porque ni amores, ni amistades, ni negocios ni deportes ni hobbys ni placeres pueden remediar esa intima soledad del corazón que todos sentimos algunas veces.
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