No tenía miedo porque vivía en una ciudad pequeña y vivía solo unas cuantas manzanas del lugar. Mientras caminaba a su casa, oró a Dios para que la mantuviera sana y salva de cualquier peligro. Cuando llegó al callejón que le servía como atajo para llegar más pronto a su casa, decidió tomarlo; sin embargo, cuando iba por la mitad, vió a un hombre parado al final del callejón y parecía estar esperando por ella.