P. Alejandro Ortega
¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con frecuencia.
P. José Pedro Manglano Castellary
Viernes de Pasión. Título certero le ha dado la tradición a este día. Porque en él, la pasión de Dios por el hombre llega a su punto más alto. Jesús muere de amor por nosotros. Su Corazón divino, inmutable, humano es vulnerable. Y se deja herir en este día. Aunque la herida no es nueva: es tan antigua como el pecado del hombre. Y sangra desde entonces. Porque desde entonces se hizo, en cierto modo, corazón de carne. No se explica de otro modo su tenaz debilidad por el hombre. "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?", escribió el poeta. "Nada, en realidad, que necesite o que no tenga", respondería Dios desde el cielo. "Si muero por ti, es por el Corazón enamorado que llevo dentro". La Pasión de Jesús por el ser humano hoy es padecer de sangre; es corona punzante; es martirio de madera y de clavos; es agonía y es muerte. La Cruz de Jesús es amor desproporcionado, loco, insensato, si no fuera amor apasionado. Adora hoy la Cruz. Ella es quizá el símbolo más famoso y difundido del mundo; y, sin el quizá, el ejemplo más real de un amor apasionado. P. Alejandro Ortega Hoy muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, desesperado, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro. ¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con frecuencia. P. José Pedro Manglano Castellary
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