31 de marzo de 2013
Hch 10, 34a.37-43 / Sal 117 / Col. 3, 1-4 / Jn 20, 1-9
Alégrense hermanos, y canten de júbilo, más bien griten alborozados de gozo, porque hoy es la fiesta de la vida; es el triunfo de Jesucristo -después de la lucha- sobre lo más terrible que existe en el mundo, desde el primer hombre hasta hoy, la muerte. Y porque la muerte es triste lo es lo que la antecede, el dolor que luego viene con mucho sufrimiento y la ruina desoladora del envejecimiento. (¡Cuánto se invierte por aparecer joven o menos grande de lo que se es!) Se gastan millones en medicamentos, terapias, ejercicios y cosméticos; en vitaminas rejuvenecedoras, pero la muerte -como realidad inevitable- se presenta cada día en nuestra vida y en la vida ajena; noticieros de televisión, periódicos e inseguridad y violencia nos hablan de la muerte como realidad palpable. ¡Y hoy celebramos a Jesús que vuelve a la vida! Hoy es la Fiesta de las Fiestas. Jesucristo vive para siempre.
Aquella mujer, María Magdalena, se aventuró a ir de madrugada al sepulcro, pero por lo que ella misma dice, no va sola; la acompañan sus MUCHAS amigas. (8,23) y por eso, ante los apóstoles habla en plural, “no sabemos” dónde lo habrán puesto. Sólo afirma que el sepulcro está vacío, y que probablemente alguien lo cambió de lugar. Cuando corrió al encuentro con los apóstoles busca a Pedro y a Juan que lo narra hoy en su Ev. y él mismo es protagonista en los hechos pero recuerda bien y reconoce en Pedro a la autoridad –el hecho de las negaciones no mengua para nada la promesa de Jesús de que sobre Pedro edificará su Iglesia- y él, Juan, se pone en segundo lugar.
¿Qué vemos en toda la descripción, hermanos, sino una mezcla de emoción y serenidad? No creen más que lo que dice Magdalena: el cuerpo del Señor no está en el sepulcro. No nos dice dónde los encontró aunque suponemos que ahí mismo en Jerusalem, quizá en la casa de María, la madre de Juan Marcos, es decir, en el Cenáculo; pero sí nos dice que se fueron de prisa corriendo los tres. Juan, que era joven, corría más aprisa y llega primero pero espera a Pedro. El primero vio las vendas sin entrar aún al sepulcro, llega Pedro y entran los dos. Las reacciones distintas de los dos, uno creyó y el otro no, se parecen a las reacciones nuestras. Hay quien no cree en la resurrección hasta ver, escuchar, palpar al Señor, es como Pedro, más reflexivo y diríamos racionalista; el otro simplemente ve las señales -el sudario y las vendas- y eso bastó; a algunos nos bastan los signos claros y otros queremos ver lo significado. Un signo, hermanos, es lo que nos lleva al conocimiento de otra cosa; eso se dió en Juan; pero ni él mismo ni Pedro habían entendido –como nosotros- que según las Escrituras; y entendemos por ellas la voz del Espíritu Santo, que Jesucristo había de resucitar.
Decir Pascua de Resurrección es hablar del día más grande de la historia. En la primitiva Iglesia, desde el mismo domingo en el que los apóstoles y las mujeres lo vieron, lo escucharon, lo palparon, inició para la humanidad una nueva era. La manera de presentarse cada uno ante sus contemporáneos, judíos o no judíos, era esta: “les predicamos a Jesús muerto y resucitado”. Aún antes de que se escribieran los tres primeros evangelios; es decir S. Mt., S.Mc. y S. Lc.; Y aún antes del primero que escribe sobre la resurrección que es S. Pablo, ya la comunidad hablaba del hecho porque lo creía como una verdad incuestionable.
Creer en la resurrección es el motivo más fuerte para ser aquí en la tierra, inmensamente felices, porque cuando vemos a Jesús como vencedor de la muerte los temores, sea de la pobreza, la soledad, la humillación y la muerte, se disipan y la realidad de resucitar no se reduce al mismo Señor, que vuelve a nosotros después de la experiencia amarga de la muerte, sino que siembra en nosotros la esperanza. La vida tiene otra luz; el desaliento, la tristeza y la desesperanza desaparecen. Cristo resucitó y por eso la vida tiene sentido. Termino citando a S. Ag. “No tiene importancia creer que Jesucristo murió, lo creen los paganos, los judíos y quienes lo crucificaron y remataron; la fe de los cristianos es creer que resucitó. Dos vidas se nos predican en la Iglesia, prolongación de Cristo en la historia, una temporal en la que penamos, y la otra eterna en la que gozaremos de la visión de Dios. Aquella la predicó el Señor con su pasión, esta con su resurrección”.
Felices Pascuas, hermanos, Cristo Resucitó y por eso vivamos y comuniquemos nuestra alegría.
Mons. Juan José Hinojosa Vela