Junto con el granjero venía también su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía. El granjero revisó su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sentó a dar órdenes a sus empleados. La perrita entonces saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.
Un granjero fue un día a sus establos a revisar sus bestias de carga: entre ellas se encontraba su asno favorito, el cual siempre estaba bien alimentado y era quien cargaba a su amo.
Junto con el granjero venía también su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía. El granjero revisó su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sentó a dar órdenes a sus empleados. La perrita entonces saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.
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“¡Se va a la una… a las dos… se fue!” Habían concluido las ofertas y el martillo del subastador se dejó de oír. La oferta ganadora para una mecedora, estimada de inicio entre $3000 y $5000 fue de $ 453 500.
Así había ocurrido durante toda la subasta. Un automóvil usado, valorado entre $ 18 000 y $ 22 000, fue vendido por $ 79 500. Un juego de vasos verdes, tasado en $ 500, se vendió por $38 000. Un collar estimado entre los $500 y $700, fue vendido por $211 500. Por cuatro días consecutivos muchos artículos de valor común y ordinario fueron vendidos por precios exagerados. ¿Por qué? Porque los artículos subastados pertenecían a la herencia de Jacqueline Kennedy Onassis. ¿Cómo estimamos el valor de la cosas? ¿Cómo determinamos lo que es valioso para nosotros? Durante un terremoto, ocurrido hace unos pocos años, los habitantes de la pequeña ciudad, presos del pánico, corrían de una a otra parte, cuando se apercibieron de una anciana, a quien todos conocían, en cuya actitud no podía verse sino paz y sosiego, la cual, desde la puerta de su vivienda parecía sonreír a los espantados.
Alguien le preguntó: -Abuela. ¿No tiene usted miedo? A lo que la anciana, una cristiana fiel, contestó: Ingredientes:
• Una libra de recuerdos infantiles. • 2 tazas de Sonrisas. • 2.5 libras de esperanzas. • 12 onzas de Ternura. • 5 latas de cariño. • 40 paquetes de alegría. • 1 pizca de locura. • 8 tazas de Amor. • 5 libras de Paciencia. "Tengo mil cosas que hacer, me tengo que apurar...", y mientras decía rápido una oración, salí de mi casa corriendo.
Durante el día no tuve tiempo de escuchar a los demás, no tuve tiempo de detenerme con quien me necesitaba... Demasiadas cosas que hacer, esta era mi queja constante. Y así, sin darme cuenta tuve tiempo de morir y cuando ante el Señor me presenté en sus manos un libro tenía, el libro de la Vida. Miró con tristeza en él y me dijo: "Tu nombre no puedo encontrar, alguna vez lo iba a escribir pero nunca tuve tiempo". Se cuenta que el siglo pasado vivía en la región de Kimberly en Africa una familia muy pobre.
El hombre tenía un rancho, pero la tierra era arenosa y estéril. Los niños, sin dinero con que comprar bolitas, habían aprendido a jugar con piedrecitas que juntaban de la arena del arroyo. Un día pasaba un grupo de hombres y se detuvieron para pedir agua. |
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