Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento. La enfermera trajo una silla al lado de la cama. Toda la noche el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano y dándole suaves palabras de esperanza. El moribundo no decía nada y mientras se sostenía firmemente de su hijo.
La enfermera acompañó a un joven cansado y ansioso hasta la cama de un hombre mayor. Su hijo está aquí, le susurró al paciente. Tuvo que repetir esas palabras varias veces antes que los ojos del paciente se abrieran. Estaba bajo los efectos de un fuerte sedante debido al dolor por su ataque al corazón, y veía confusamente al joven parado en el exterior de su carpa de oxígeno.
Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento. La enfermera trajo una silla al lado de la cama. Toda la noche el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano y dándole suaves palabras de esperanza. El moribundo no decía nada y mientras se sostenía firmemente de su hijo.
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Las personas piensan con frecuencia que los cirujanos del corazón son las divas de la arrogancia del mundo de la medicina.
Pero aquellos que conocen al doctor William DeVries, el cirujano pionero del corazón artificial, no pudieran estar en mayor desacuerdo. Sus compañeros en el Hospital Humana Audubon en Louisville, Kentucky, describen al doctor DeVries como el tipo de médico que se presenta los domingos solo para animar a sus pacientes descorazonados. En ocasiones cambia su atuendo, a lo considerado por tradición como un trabajo de enfermera, y si el paciente desea que se quede un poco de tiempo y converse, él siempre lo hace. El joven discípulo de un sabio filósofo llegá a casa de éste y le dice:
-Oye, maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia… -¡Espera! lo interrumpe el filósofo-. ¿Ya has hecho pasar por las tres rejas lo que vas a contarme? -¿Las tres rejas? XIII domingo Ordinario. Ciclo C
30 de Junio del 2013 1Re 19,16b. 19-21 / Sal 15 /Gál 4,31-5,1.13-18 / Lc 9,51-62 Toda vocación cristiana es una oportunidad para servir libremente. Muchas veces se nos presenta la oportunidad de escuchar o de decir frases como esta: -“a sus órdenes”; “para servirlos”, o “su seguro servidor” al terminar de hablar o en el último renglón de una carta. Cuando las decimos o escribimos pensemos que se trata de algo muy serio, tanto que si mentimos nos exponemos a lo que dice S. Juan (Apoc. 21,28.): -“Los mentirosos no entrarán al Reino de Dios”, y la lectura 2ª de hoy nos dice el Apóstol que nos sirvamos unos a otros por amor. Conserven ustedes su libertad; dejen toda esclavitud. La libertad para nosotros, creyentes en Cristo, no es sólo la facultad de elegir entre un bien y un mal, sino sólo entre dos bienes; de otro modo como si fuera inútil su obra en nosotros. Quien no es capaz de hacer un servicio eficaz al prójimo difícilmente se puede decir de él que es humano, mucho menos cristiano. Hace varios años, un vendedor de globos vendía su producto en las calles de Nueva York. Cuando el negocio bajaba, soltaba un globo, al flotar en el aire, se reunía una nueva multitud de compradores y su negocio se fortalecía por unos minutos.
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