Es imposible que las lágrimas abran hendiduras en un rostro: hasta aquí la leyenda. Pero es bien verosímil que para San Pedro el canto del gallo tuviera una resonancia muy especial. Y en aquellos tiempos debía ser muy difícil no tener cerca del propio domicilio, incluso en una urbe como Roma, un corralito con algún gallo dispuesto a avisar a los vecinos de la llegada del nuevo día. Cuántos actos de contrición debió hacer aquel gran hombre.
Es una piadosa tradición y, posiblemente, una simple leyenda, pero es interesante. Cuentan que San Pedro, todos los días, al oír cantar a un gallo, se echaba a llorar porque se acordaba de la triple traición a Cristo, y que las lágrimas habían grabado surcos en sus mejillas. Por cada negación le salía del alma exclamar: "Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo" (Jn 21,17). Es imposible que las lágrimas abran hendiduras en un rostro: hasta aquí la leyenda. Pero es bien verosímil que para San Pedro el canto del gallo tuviera una resonancia muy especial. Y en aquellos tiempos debía ser muy difícil no tener cerca del propio domicilio, incluso en una urbe como Roma, un corralito con algún gallo dispuesto a avisar a los vecinos de la llegada del nuevo día. Cuántos actos de contrición debió hacer aquel gran hombre.
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