El Papa se encontraba en Zaire. Se había reunido con los obispos del país y con otros de los territorios limítrofes y había cenado con todos ellos. Terminadas las despedidas, se retiró a su habitación en la nunciatura. El periodista italiano Angelo Riguetti y la española Paloma Gómez Borrero trabajaban en otra habitación y ya se preparaban para marchar al hotel, cuando vieron que Juan Pablo II se dirigía a la capilla. Se le notaba en su caminar y en su aspecto que iba cansado después de una jornada agotadora. Al verlos, les miró con afecto y les dijo:
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Impresionan unas palabras que escribe San Antonio María Claret en su Autobiografía, pues recogen una experiencia de vida espiritual muy profunda: "Delante del Santísimo siento una fe tan viva que no lo puedo explicar. Casi se me hace sensible... Y estoy besando continuamente Sus Llagas y quedo finalmente abrazado con Él... Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia".
Santa Margarita María de Alacoque pasó por diversas pruebas porque nadie comprendía bien la situación de su alma. Hasta que llegó a su convento, como confesor, el Beato Claudio de la Colombière, que logró entenderla muy bien y dio serenidad a su espíritu. Al poco tiempo este sacerdote fue trasladado por sus superiores a otro lugar. La Santa acudió al Sagrario para quejarse humildemente, pero oyó bien claro que el Señor le decía. "¿No soy Yo suficiente para ti?"
Es conocido que Juan María Vianney no fue alumno brillante en el seminario. Había quien se planteaba si se le podrían conferir las sagradas órdenes: ¿sería realmente idóneo? El vicario general de la diócesis, Courbon, fue benévolo y -el tiempo bien lo ha demostrado- muy acertado en sus exigencias. Se limitó a preguntar si Juan María Vianney era piadoso, y se le dijo que sí; si era devoto de la Virgen María, y también la respuesta fue positiva; si sabía rezar el rosario: por supuesto que sí.
La vida de Santo Domingo Savio, fallecido a los quince años (1842-1857), la conocemos bien por la biografía que redactó su gran maestro San Juan Bosco. Domingo hizo la primera comunión a los siete años, en una época en nadie la hacía a tan corta edad (el decreto que la indicaba para la edad de la discreción, en torno a los siete años, dado por San Pío X en el año 1910, estaba aún por llegar...). Domingo lo consiguió por la ilusión que puso en ello, hasta el punto de que su párroco fue incapaz de negarle un deseo tan vehemente.
Seguramente se puede decir que ha odiado el pecado cualquier alma santa, pero en el caso de San Juan Bosco hay buenos testimonios de que en él efectivamente estaba bien arraigado ese sentimiento de repulsa. Alguna vez dijo que prefería que ardiera mil veces el Oratorio que él había fundado con tantos desvelos, a que en él se cometiera un pecado. El Oratorio, en el barrio de Valdocco de la ciudad de Turín, había llegado a albergar a cuatrocientos chicos. Con el paso de los años nacerían centros de formación de esa índole por todas partes y con gran éxito.
Huelga decir que la sinceridad como virtud no consiste en decir todo lo que pensamos; una mínima sensibilidad obliga muchas veces a callar, y en otras ocasiones aconseja expresar, como norma de cortesía, un juicio más favorable de lo que la realidad refleja. Ejemplo al canto:
Don Pedro Téllez Girón y Guzmán, Duque de Osuna (1574-1624), fue nombrado por Felipe III virrey y capitán general de Sicilia y, después, de Nápoles. En su época napolitana visitó la cárcel en la fiesta en que tenía el derecho de liberar a algún preso. Como es natural, todos los presidiarios a los que interrogó le informaron de que eran inocentes y que estaban allí a causa de un lamentable error judicial; bueno, no todos: hubo uno que confesó francamente su delito. Entonces el virrey, con una pizca de sana ironía, dio esta orden:
Entre los grandes pioneros de la aviación -tiene su nombre escrito con letras de oro en la historia de ese arte de navegar por el aire- está el norteamericano Wright Wilbor (1867-1912). En un banquete celebrado en su honor le pidieron que improvisase un discurso. El hombre sabía bien cuáles eran sus limitaciones, porque era humilde, y dijo:
El Cardenal de Retz (1641-1679) escribió en sus famosas Mémoires una serie de críticas en torno a los defectos del Príncipe de Condé, Luis II, también conocido como el Gran Condé (1621-1686). Este célebre noble francés pidió el libro y lo leyó -según dicen- con gran interés. Un amigo le preguntó entonces por qué le interesaba tanto, y Condé contestó:
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