-Oye, ¿cómo te llamas?
-¿Y cuánto ganas con tu oficio?
-Tanto como el rey, mi señor.
No salía el monarca de su asombro ante tal respuesta inesperada, y volvió al interrogatorio:
-¿Cómo es posible eso que me dices?
Y el muchacho dio una respuesta que agradó sobremanera al soberano:
-Sí, el gana lo que necesita para vivir y yo lo mismo; así que los dos ganamos igual.