Las vidas de los primeros misioneros y misioneras combonianos en Sudán -último tercio del siglo XIX- emparientan muy bien con las Actas de los mártires de comienzos del cristianismo. Antes de partir para esas misiones, el fundador, Daniel Comboni, habla a las nacientes vocaciones del recién fundado Instituto. No les engaña sobre los peligros y sacrificios que afrontarán en tierras africanas. Dice en marzo de 1876, en coincidencia con los votos de las dos primeras misioneras, que tienen que ser santas, pero "verdaderas santas y no con el cuello torcido, porque en África es preciso tenerlo derecho; monjas valientes y generosas". Con lenguaje directo y algo rudo, para que le entiendan bien, añade: "Hijas, recordad que sois carne para el matadero... Preparaos a trabajar por las almas sin ver ningún fruto de vuestras fatigas. Sólo en la tercera o cuarta generación habrá buenos cristianos... Trabajad por el Señor, pero en este mundo no esperáis más que ingratitudes y piojos". Eso se llama hablar claro, y cuánto se lo agradecieron...
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Del martirio de las santas Felicidad y Perpetua ya se ha tratado anteriormente en el capítulo dedicado a la Castidad (anécdota n. 47). Añadimos ahora nuevos detalles sobre la entereza de Perpetua ante los intentos de su padre de persuadirla de que renegara del cristianismo y sacrificara a los ídolos.
El hombre intenta conmoverla de todas las maneras posibles, y para lograr derribarla le dice que tenga compasión de él, que piense en sus hermanos, en su madre y en su tía materna, y también, cómo no, en el niñito que está criando. Narra la propia Perpetua: "me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora". Perpetua trata de animar a su padre con palabras muy sobrenaturales, pero no consigue consolarlo. El hombre vuelve a la carga al día siguiente, que es el del juicio, llevando en los brazos al hijito de Perpetua: Entre los hombres más ilustres de Inglaterra, tanto en el terreno militar como en el de la política, hay que destacar al famoso Duque de Wellington, a quien también podemos considerar noble español por haber alcanzado el título de Duque de Ciudad Rodrigo, con grandeza de España -¡ahí es nada!-, por la liberación de esa ciudad, ocupada por las tropas francesas, en la guerra de la Independencia. Nacido en Dublín en 1769, alcanzará su mayor éxito militar como jefe de los ejércitos (Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra) que derrotaron a Napoleón en Waterloo el 18 de junio de 1815.
Es síntoma de fortaleza la ecuanimidad y también la serenidad ante las dificultades de la vida misma.
Unos conductores de camión de cierta capital de provincia decidieron adquirir con el fruto de todos sus ahorros un vehículo usado para establecerse por su cuenta. Al poco tiempo, en la bajada de un puerto, les falló el freno y, por no irse por un barranco, dirigieron al camión hacia unas rocas; salieron ilesos pero por los "despojos" del vehículo sólo les ofrecieron, en plan de chatarra, el 5% de lo que les había costado. Cuando iban para la estación del tren, con intención de regresar a sus casas, alguien les comentó que menuda pena haber perdido todos los ahorros en tan poco tiempo, vaya desgracia, y tal. Uno de ellos respondió muy sereno: Tampoco hace falta ir tan lejos -a Nueva York, como en la anterior anécdota- para descubrir situaciones de escasa enseñanza religiosa en clases de religión. A un sacerdote de parroquia de ciudad española le llamaba la atención la ignorancia supina de los chavales; en general no habían pisado una catequesis, ni la iglesia, desde la época de la primera comunión. Intentó hacer una cierta labor formativa, pero encontró en los muchachos una actitud más bien contraria; lo curioso del caso es que argumentaban, para no acudir a la catequesis que se les ofrecía, que ya tenían clases de religión en el colegio. ¿Pero cómo eran tan ignorantes? La respuesta a este interrogante se la ofreció uno de los chicos, cuando le preguntó por qué estaba tan contento el día en que había clase de religión. No es que fuera una asignatura amena:
Deal Hudson, profesor de filosofía en Fordham University (Nueva York), escribe un interesante artículo que publica Catholic Position Papers en febrero de 1996. El hombre está asombrado -y no es para menos- de la ignorancia religiosa de sus alumnos.
Un día está dando una clase sobre las Confesiones de San Agustín a universitarios de primer curso, y nota en ellos una cara de perplejidad cada vez que nombra la palabra "Encarnación", que le deja no menos perplejo. El supone que conocen el significado del término, porque el college es católico y la mayoría de los muchachos provienen de escuelas católicas, pero ante la duda decide pedirles que escriban en un papel qué significa "Encarnación". Resultado: de un total de 64 estudiantes, sólo hay cuatro respuestas que se acercan al significado de "el Verbo se hizo carne". De los 64, 54 provienen de escuelas católicas, y, para más asombro, 2 de los que han respondido bien vienen de la enseñanza pública. John Dawison Rockefeller (1839-1937), fundador de la célebre dinastía, comenzó a estudiar a los catorce años y se ayudaba económicamente con un trabajo que le reportaba seis dólares al mes. Ya era un millonario del petróleo cuando nació su único hijo, John Dawison Rockefeller Jr., pero quiso que éste pasara por toda clase de trabajos antes de asociarlo a la dirección de sus empresas; así que el hijo tuvo que empezar quitando el polvo de su oficina, porque ése era el modo en que conseguiría valorar el trabajo mismo. Tampoco se sintió decepcionado ni desconfió de él cuando perdió en Wall Street un millón de dólares. Para formarlo en la responsabilidad, no le daba muchos consejos, ni instrucciones muy precisas, ni le censuraba; prefería que aprendiera a llevar los negocios con independencia. Y el retoño no le decepcionó. Con el paso del tiempo pudo exclamar con satisfacción:
Se trata de un dicho de sabiduría oriental muy citado, y es razonable que así sea por la enseñanza que encierra: "Si das un pez a un hombre, lo habrás alimentado un día. Si le enseñas a pescar, se alimentará toda la vida". En efecto, hay remedios que remedian poco, e invertir en formación es invertir con eficacia. El personaje a quien se atribuye esta máxima -Kuant Tsu- también la expone algo más desarrollada: "Si tus proyectos son para un año, siembra grano. Si son para diez años, planta un árbol. Si son para cien años, instruye al pueblo. Plantando un árbol, recogerás diez veces. Instruyendo al pueblo, recogerás cien veces".
Manuel de Falla (1876-1946) muere en Alta Gracia, en la provincia argentina de Córdoba. Es enterrado en España, en la cripta de la Catedral de Cádiz, su ciudad natal, y en su tumba hay también tierra de Granada, que es su "otra" patria chica, donde ha vivido por espacio de diecinueve años. Tanto ama a Granada que durante su etapa argentina lleva consigo siempre dos relojes y conserva en uno la hora de la ciudad andaluza.
En la lápida hay, por voluntad del ilustre músico, una inscripción, que es esta simple frase: "Sólo a Dios el honor y la gloria". Narciso Yepes refiere con sencillez a una periodista que él disfruta, goza de verdad, con la música, compartiendo con el público emociones estáticas; pero no busca el aplauso; es más, cuando llega la ovación, se sorprende siempre. Y añade una confidencia muy especial:
-Y le confesaré algo más, casi siempre, para quien realmente toco es para Dios. Dice "casi siempre" porque alguna vez puede distraerse. La entrevistadora hace una pregunta curiosa: |
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