-Hombre. ¡No faltaba más! Confía en mí.
-Estoy arruinado y necesito medio millón de pesetas.
-No te preocupes, ¡como si no me hubieses dicho nada!
O también existe esta otra del mismo estilo, en que el amigo intenta sablear al amigo:
-¿Me prestar cinco mil pesetas?
-Es que no llevo nada encima.
-¿Y en casa...?
-Ah, en casa todos bien, ¡gracias!
El secreto de la viejita
Lo leí en alguna revista hace ya bastantes años, y, de repente, me acaba de venir a la memoria
con unos perfiles relativamente precisos. En algún lugar de Estados Unidos -podría ser una población concreta o un barrio de alguna gran ciudad- se había detectado que el índice de criminalidad era muy inferior al que se daba en ambientes parecidos de la misma nación. Hubo el lógico interés por investigar el caso. Fueron entrevistados muchos hombres, y lo que más llamó la atención, cuando se intentaba saber qué circunstancias consideraban que habían influido positivamente en llevar una vida honrada, bastantes mencionaban a una maestra. Los investigadores localizaron a la maestra, una anciana ya jubilada, y conversaron largo y tendido con ella. La frase más significativa, la que arrojó mayor luz sobre aquel hecho sorprendente, fue ésta tan sencilla:
-¡Cuánto quise yo a aquellos muchachos!
Fuente: ANÉCDOTAS Y VIRTUDES, III. JULIO EUGUI