Las vidas de los primeros misioneros y misioneras combonianos en Sudán -último tercio del siglo XIX- emparientan muy bien con las Actas de los mártires de comienzos del cristianismo. Antes de partir para esas misiones, el fundador, Daniel Comboni, habla a las nacientes vocaciones del recién fundado Instituto. No les engaña sobre los peligros y sacrificios que afrontarán en tierras africanas. Dice en marzo de 1876, en coincidencia con los votos de las dos primeras misioneras, que tienen que ser santas, pero "verdaderas santas y no con el cuello torcido, porque en África es preciso tenerlo derecho; monjas valientes y generosas". Con lenguaje directo y algo rudo, para que le entiendan bien, añade: "Hijas, recordad que sois carne para el matadero... Preparaos a trabajar por las almas sin ver ningún fruto de vuestras fatigas. Sólo en la tercera o cuarta generación habrá buenos cristianos... Trabajad por el Señor, pero en este mundo no esperáis más que ingratitudes y piojos". Eso se llama hablar claro, y cuánto se lo agradecieron... Cfr. L. Gaiga, Mujeres en la arena
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