En 1946 había llegado a la Ciudad Eterna y en el Vaticano le aconsejaban vivir en Roma de modo permanente y edificar lo que debería ser la Sede Central del Opus Dei. Le animaban el futuro Cardenal Secretario de Estado en tiempos de Juan XXIIII, DomenicoTardini, y Mons. Montini, por aquel entonces en funciones de Sustituto de la Secretaría de Estado, luego Pablo VI.
El dueño era un aristócrata, el conde Mazzoleni, que, tras diversas negociaciones, admitió para formalizar la venta una prenda, consistente en unas monedas de oro, y luego que se le pagara todo en dos meses. Sólo que exigía que se le pagara... en francos suizos.
Josemaría Escrivá sonrió y se encogió de hombros cuando se lo comunicaron:
-¡No nos importa nada! Nosotros no tenemos ni liras, ni francos... Y al Señor le es igual una moneda que otra.
Había que confiar en el Señor y mucho. Después, al pedir a sus hijas del Opus Dei en Roma que recen por el asunto, les diré, con un guiño de pillería:
-¡Pero no os equivoquéis de moneda: tienen que ser francos suizos!
Los años siguientes, ya metidos en construcciones, fueron un continuo luchar por encontrar el dinero necesario, casi día a día, y a veces llegaría de modo providencial, como premio a la fe puesta en la Voluntad divina.