Los productos alimenticios recién comprados para la cena del próximo día, ocupaban todo el espacio disponible sobre el desayunador de la cocina. Debajo de ellos, la lección de Escuela Dominical que debía preparar. La ropa de toda una semana, aún por lavar, yacía amontonada entre el cuarto de lavandería y la cocina. Y para colmo, la desconcertante carta de un amigo lejano que se encontraba en gran necesidad, se balanceaba al borde del fregadero.
Aquel sábado, Andrea no estaba de ánimo para tolerar las payasadas mañaneras de su hijo de 6 años. Mientras Steven discutía con sus amigos por un juego de video, ella sentía la presión de un montón de asuntos, que requerían de su inmediata atención.
Los productos alimenticios recién comprados para la cena del próximo día, ocupaban todo el espacio disponible sobre el desayunador de la cocina. Debajo de ellos, la lección de Escuela Dominical que debía preparar. La ropa de toda una semana, aún por lavar, yacía amontonada entre el cuarto de lavandería y la cocina. Y para colmo, la desconcertante carta de un amigo lejano que se encontraba en gran necesidad, se balanceaba al borde del fregadero.
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Con gran enfado, el joven arrojó su llave mecánica a la entrada de los autos, yendo a parar lejos. Por horas había intentado cambiar las bandas de los frenos del pequeño auto importado de su esposa. De nada sirvió que fuera el mejor de los mecánicos “mediocres”.
Finalmente, exasperado entró a la casa como un torbellino e informó a su esposa que había un problema serio con su carro que no podía solucionar. -Es más -gritó-, no sé si alguien pueda repararlo. Se reunieron un día las zorras a orillas del río Meandro con el fin de calmar su sed; pero el río estaba muy turbulento, y aunque se estimulaban unas a otras, ninguna se atrevía a ingresar al río de primera.
Al fin una de ellas habló, y queriendo humillar a las demás, se burlaba de su cobardía presumiendo ser ella la más valiente. Así que saltó al agua atrevida e imprudentemente. Pero la fuerte corriente la arrastró al centro del río, y las compañeras, siguiéndola desde la orilla le gritaban: “¡No nos dejes compañera, vuelve y dinos cómo podremos beber agua sin peligro!” El cartero extendió el telegrama.
José Roberto, le agradeció, y mientras lo abría, una profunda arruga surco su frente. Una expresión de sorpresa más que de dolor. Palabras breves y precisas: – Tu padre falleció. Entierro 18 horas. Mamá. José Roberto continúo parado, mirando al vacío. Ninguna lágrima, ningún dolor. ¡Nada! Era como si hubiera muerto un extraño. ¿Por que no sentía nada por la muerte del viejo? Como un torbellino de pensamientos confusos, avisó a la esposa, tomó el micro y se fue, venciendo los silenciosos kilómetros de ruta mientras la cabeza giraba a mil. En su interior, no quería ir al funeral y, si estaba en camino era sólo para que la madre no estuviera más triste. Ella sabía que padre e hijo no se llevaban bien. XX domingo Ordinario. Ciclo C
18 de Agosto del 2013 Jer 38,4-6. 8-10 / Sal 39 / Heb 12, 1-4 / Lc 12, 49-53. Todos sabemos por la experiencia personal, por la observación de los acontecimientos y por el sentido común que todo hombre, siempre y a todas horas; de cualquier pueblo, credo o ideología, busca la felicidad sin poder olvidarlo jamás. El hombre para eso ha sido creado. Si alguien renunciara o ignorara esa realidad nos parecería anormal o locura; pero esa felicidad, relativa si se quiere, aunque aquí en la tierra sea por eso mismo transitoria y pequeña, se da cuando nos hallamos en paz con nosotros mismos, en armonía con nuestros seres queridos y con Dios. Nuestro Divino Salvador fue anunciado como Príncipe de la paz; en su nacimiento los ángeles, de parte de Dios entonaron el primer gloria de la historia con un augurio de paz para los hombres amados del Señor. Y prácticamente en todos los discursos, parábolas y alegorías, N. Señor alabó la paz, la llevaba dentro, la comunicaba a los cuatro vientos, la suscitaba en quienes lo seguían o escuchaban, pero hoy nos sorprende el Ev. al decirnos que no viene a traer la paz sino la guerra, la división. Recordamos que en la presentación del Señor, a los 40 días de nacido, se escucharon aquellas palabras enigmáticas y seguramente dolorosas para La Sma. Virgen y S. José. En el Templo aquellas tres palabras ensombrecieron sus rostros: -¡Signo de contradicción! Compartir la mesa mejorará la comunicación con los miembros de su hogar.
No cabe duda de que la individualidad nos está alejando cada vez más de la vida en familia. Hay escasa comunicación entre los miembros de un hogar, y es menos el tiempo que se pasa en casa. La universidad, el trabajo, la computadora o el televisor muchas veces nos absorben y nos impide valorar estos momentos. Pero, para la psicóloga María Teresa Charún, de la Asociación Unidad Familiar, el hecho de tener ocupaciones diversas no es excusa para perder la comunicación. Propone que el almuerzo o la cena sean tomados como un espacio ‘sagrado’ del día para reunir a los seres queridos. “Esta tradición de reunirnos alrededor de la mesa se está perdiendo. “¡Se va a la una… a las dos… se fue!” Habían concluido las ofertas y el martillo del subastador se dejó de oír. La oferta ganadora para una mecedora, estimada de inicio entre $3000 y $5000 fue de $ 453 500.
Así había ocurrido durante toda la subasta. Un automóvil usado, valorado entre $ 18 000 y $ 22 000, fue vendido por $ 79 500. Un juego de vasos verdes, tasado en $ 500, se vendió por $38 000. Un collar estimado entre los $500 y $700, fue vendido por $211 500. Por cuatro días consecutivos muchos artículos de valor común y ordinario fueron vendidos por precios exagerados. ¿Por qué? Porque los artículos subastados pertenecían a la herencia de Jacqueline Kennedy Onassis. ¿Cómo estimamos el valor de la cosas? ¿Cómo determinamos lo que es valioso para nosotros? Un popular chiste en Internet dice algo así:
Una secretaria, un asesor legal y un socio de una gran empresa jurídica se dirigen a almorzar cuando encuentran una antigua lámpara de aceite. La frotan y aparece un genio en una nube de humo. Este dijo: -Por lo general concedo sólo tres deseos, de modo que daré uno a cada uno de ustedes. Había una vez una viuda, que vivía con su hijo en un miserable desván. Años atrás, la mujer se había casado en contra de la voluntad de sus padres y se marchó a vivir con su esposo en un lejano país.
Su esposo fue un hombre infiel e irresponsable y después de varios años, murió son haber hecho provisión alguna para ella y su hijo. Con gran dificultad, logró hacer frente a las necesidades básicas de la vida. Los momentos más felices en la vida del niño, fueron cuando la madre lo tomaba en sus brazos y le contaba sobre la casa de su abuelo en el antiguo país. Ella le hablaba sobre el césped verde, los elevados árboles, las flores silvestres, las hermosas pinturas y las deliciosas cenas. Bo Jackson, el prodigioso atleta que alcanzó la excelencia en el fútbol americano y el béisbol profesional, tuvo que luchar con gran cantidad de veteranos experimentados que por experiencia “sabían” que a nadie le sería posible triunfar en dos deportes. “¿Te acuerdas de Gene Conley, Danny Finge y Dave De Busschere?, le decían a Bo. “Ellos trataron de dedicarse a dos deportes profesionales y tuvieron que renunciar a uno”.
¿La respuesta de Bo? “Siempre nos encontramos con personas que tratan de dirigir nuestra vida y decirnos qué podemos y qué no podemos hacer. Esto no está bien. Uno simplemente tiene que hacer lo que pueda y no debe preocuparse por lo que digan los demás”. Bo les pudo demostrar a los veteranos su equivocación triunfando tanto en el fútbol como en el béisbol. |
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April 2014
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