7 de Julio del 2013
Is 66, 10-14c / Sal 65 / Gál 6,14-18 / Lc 10,1-12.17-20
-¡Peregrinos alegres, garantía de victoria segura!-
Caminamos hacia la Jerusalén celestial, el cielo nos espera y mientras nos movemos no avanzamos como caravana de entristecidos sino como creyentes gozosos. El gozo parece atravesar transversalmente la liturgia de hoy; así lo expresamos desde la oración colecta: -“danos ahora una santa alegría y después la felicidad eterna”, hasta el gozo de los 72 discípulos que regresaron después de su primera misión con el corazón ilusionado porque en el nombre de Jesús se les sujetaban los demonios”. El salmo 65 que proclamamos nos invita a reconocer y publicar lo que El Señor ha hecho con nosotros. Cuando comentamos las bendiciones que nos hace Dios impulsamos a los demás a confiar y pedirle más; que al fin tiene corazón de Padre lleno de ternura o de madre que nos consuela y acaricia en sus rodillas. (1ª lect.)
El Evangelio nos narra que N. S. los envió, ya no a los 12, sino a los 72 discípulos, de dos en dos; y pienso en los esposos cristianos, que inician una gran misión en su vida conyugal; y en los misioneros a los que hay que lanzar al agua para que empiecen a nadar; en nuestros jóvenes y catequistas que son instrumentos aptos del Señor para aumentar el número de apóstoles. Según el texto lo primero que se escucha es un: -“oren pidiendo operarios y luego pónganse en camino”… la doctrina se va a exponer pero no a imponer; se predica a todos sin violentar; se habla más con el testimonio pero también con la palabra de ánimo y de paz.
Para un apóstol moderno la constante sea la misma que la de hace 20 siglos: - la primacía de la oración de súplica pidiendo colaboradores; preséntense con sencillez y serenidad; sin autosuficiencia; como pobres que confían en que Dios es providente; sin perder las oportunidades porque la vida es breve; saluden comunicando la paz y acepten la hospitalidad austera sin esperar, ni menos exigir, un trato preferencial; una característica de un misionero a la altura de las necesidades del mundo es la adaptabilidad. Haya constancia en el trabajo atendiendo a los enfermos del alma y del cuerpo y preparándose para mayores alegrías futuras.
Cuando vuelven los misioneros de nuestra Comunidad después de cada Semana Santa, todos, sin excepción, comentan agradecidos, que fue mucho más lo que recibieron que lo que dieron. Dieron preparación, tiempo, a veces dinero; dieron voluntad, motivaron a varios; -tuvieron dudas de si los recibirían bien o si tendría algún efecto su trabajo evangelizador; -y volvieron agradecidos.
Pasará la figura de este mundo; se acabarán las fuerzas, las personas queridas, las oportunidades; ya no habrá ni quien acompañe ni quien escuche la catequesis, pero el bien que se hizo fue una semilla sembrada en una tierra que fructificará a su tiempo.
Invitar a un Retiro, a unos Ejercicios, a unas Misiones; dar un consejo, ayudar a que alguien se confiese después de un tiempo sin gracia de Dios; regalar un buen libro; orar por enfermos del alma para que reflexionen y cambien es ponerse en camino; es anunciar el Reino, es tener muchos motivos de alegría; y no porque los demonios salgan, sino porque Dios sabe pagar. Dice casi al final del Ap. 22,12 -He aquí que vengo y traigo conmigo mi salario.-
Me pregunto hermanos, ¿qué es un nombre escrito en el cielo sino escrito en el corazón de Dios? Jesús es la imagen visible del Padre invisible; como si nos dijera: -Te llevo en mi memoria, te llevo en mi inteligencia, te recuerdo en mis llagas que conservo para ti y te llevo en mis afectos, o en otras palabras, en mi corazón. Sacar demonios es transitorio, tener el nombre, (persona singular, original y distinta) en el cielo, es gracia eterna. Sacar demonios es un favor que por fe, consigue el apóstol, pero tener el nombre escrito en el cielo es anegarse perennemente en Dios.
Los nombres escritos en el cielo, no son nuestros nombres del registro civil, ni del bautismo; ni la escritura de Aquel Libro es como las letras que leemos, ni el cielo es el cielo sideral que nos rodea, sino asegurarnos que N. S. tiene presentes nuestras personas,-imágenes y semejanza de Dios-, y están grabados en su esencia divina de Padre.
Mons. Juan José Hinojosa Vela