28 de Julio de 2013
Gn 18,20-32 / Sal 137 / Col. 2,12-14 / Lc 11,1-13.
Una de las condiciones para que una oración tenga eficacia delante de Aquel en quien creemos es la PERSEVERANCIA; (las otras 3 condiciones todos sabemos que son la atención, la humildad y la confianza). Perseverar a los ojos de Dios y de su Hijo nuestro Bendito Salvador es propio de los que aman. El amor no cansa y por el contrario el odio, el egoísmo y la envidia matan la alegría y bloquean el progreso cortando las alas de la generosidad.
Vemos la grandísima confianza de Abraham que en su trato con Dios no se contenta con simplemente pedir sino que parece negociar con Él; dialoga como con un amigo; y dice “¿El juez de todos no hará justicia?”.
Seis veces habló Abraham y el Señor fue cediendo. Cuando insistimos en la plegaria vencemos consiguiendo lo que deseamos; y es la única forma de vencer a Dios. Vemos que el Señor por unos cuantos justos salvaría las cinco ciudades de la ruina, pero no había más que cuatro personas: Lot, su esposa y sus hijas; y por faltar gente buena la desgracia cayó irremediablemente.
En el Evangelio de hoy vemos que el mismo Jesucristo recalca necesidad de perseverar llamando; no sólo para conseguir lo necesario para satisfacer nuestras necesidades materiales, sino que concluye su parábola con la invitación a pedir para que se nos de; buscar para encontrar; llamar para que se abra la puerta de la bondad de Dios; sino que Él, yendo más allá de lo imaginado, nos dará EL ESPIRITU SANTO si se lo pedimos.
En la carta apostólica del Siervo de Dios Juan Pablo II, “Al Comienzo del Nuevo Milenio” dice en los números 22-34 “Como Dios nos llama a ser Santos en nuestro tiempo es necesario vivir un cristianismo que se distinga ante todo por el arte de la oración. Rezar no es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar. …La oración nos convierte en íntimos con Cristo… la oración es el alma de la vida cristiana y una condición para toda actividad apostólica auténtica. La plegaria nos abre a CONTEMPLAR el rostro del Padre”.
“La gran tradición de la Iglesia muestra cómo la oración puede avanzar como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por Dios. Es un camino totalmente sostenido por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra también dolorosas purificaciones, pero que llega al indecible gozo de la unión permanente con Dios”.
“Queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración” donde el encuentro con Cristo no se exprese sólo en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha, y vivos afectos… una oración intensa que no aparte del compromiso con la historia, abriendo el corazón al amor de Dios y de los hermanos”.
Cuando vemos a Abraham que intercede y al mismo Jesucristo que nos invita con tres imperativos: “Pidan, busquen, llamen”: se ve su intención clara; -El que lo puede todo sin nosotros,- quiere que pongamos de nuestra parte un esfuerzo continuo. La condición la pone Él; y el resultado lo veremos nosotros. Como si dijera: -“Estoy seguro de lo que les digo: si piden reciben; si buscan encuentran, si llaman serán atendidos”. Si un hijo pide pan su padre no le dará sino pan porque lo ama; pero ese amor de un padre a su hijo no es sino pálido reflejo del infinito amor del Padre de quien desciende todo bien.
Pedir El Espíritu Santo como concluye el Evangelio de hoy, es pedir el Don más excelente y con Él los frutos de que nos hable S. Pablo en Gal 5,22. Caridad, gozo, paz, paciencia, magnanimidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza.
Tener el alma llena del Espíritu Santo es la cumbre más alta de vida cristiana por eso S. Pablo aclara que los que lo poseen ya no necesitan la ley, porque ya la superaron; crucificaron su carne con sus inclinaciones y viven seguros en el inmenso océano del amor que no pasará nunca.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela