16 de Junio del 2013
1Sm 12,7-10.13 / Sal 31 / Gál 2, 16. 19-21 / Lc 7, 36-8,3
Encuentro entre la miseria y la misericordia.-
Es admirable el respeto y la delicadeza que pone N. S. en su trato con las mujeres; parece ser que desde el principio de su vida pública, - al mismo tiempo que a los apóstoles, a ellas les dio tal importancia, que de un modo directo que obedece a un plan original, las quiso asociar con El, porque dice S. Lc. que lo seguían, y los asistían a Él y a los apóstoles con sus bienes, y en el texto de hoy se habla de “otras muchas”, además de Magdalena, Juana y Susana.
El Evangelio de hoy es de un fuerte contraste de personajes además del central, el convidado por el fariseo, Nuestro Señor Jesucristo. Por un lado el anfitrión a quien le faltaron muestras de cortesía según la tradición judía, y la mujer que le sobraba cariño, humildad y lágrimas.
Muchas veces había aceptado invitaciones N.S. igual de fariseos como de publicanos porque El utiliza las oportunidades, aun las comidas, para enseñar su doctrina mostrando la bondad de su corazón. Ahora nos narra S. Lc. que una mujer de vida azarosa; y aquí utiliza el Evangelista casi una docena de verbos que suponen un movimiento interior del alma. Cuando SUPO que Jesús, había sido convidado, LLEVO un frasco de alabastro con ungüento; SE PUSO detrás, junto a sus pies; (gesto propio de los esclavos); EMPEZÓ A LLORAR; el domingo anterior veíamos las lágrimas de la viuda de Naim, y no escuchamos de ella ni una palabra; hoy sucede algo semejante; de esta mujer sólo se escucha el llanto casi imperceptible, pero se ve que sus lágrimas lo dicen todo. Luego MOJABA con sus lágrimas los pies de Jesús. Los SECABA con sus cabellos; los BESABA, y UNGIA con el ungüento los pies. Sabemos que en el oriente besar los pies es el máximo signo de humildad. El contraste se ve fuerte: El fariseo dudaba en su interior; ella creía desde que supo algo de Jesús.
El fariseo no tuvo las muestras de educación ordinarias para un huésped extraordinario; ella suspira, llora, besa los pies; no pide nada con palabras; Él cuando habla lo hace con cierta cautela para no comprometerse como si fuera un hombre de poca lógica.
El no juzga a N.S. como lo que es, un Profeta, y sí la juzga a ella como lo que no es, porque desde el momento que ella se arrepintió ya no es aquella mujer que él se imagina. Ella no juzga a nadie, simplemente espera la misericordia del Señor, cree en El; espera y lo ama por todo lo que se ve; él en cambio no cree, ni ama, ni espera ya nada de Él; esperaba que aceptara su invitación; ya vino a su casa El Señor y aquel fariseo después de la comida seguramente tuvo mucho que meditar en los días y los meses,…en los años subsiguientes.
N. Señor a ella no sólo la acepta sino la “ve”; por eso dice al dueño de casa: ¿ves a esta mujer? Jesús la ve en su historia, con su pasado de debilidades, errores e ignorancias y empieza por decir, no a ella sino a él: - “Tengo algo que decirte, Simón”. Y con esa confianza que se da cuando se comparte el pan empezó por decir: -”Un deudor debía 500 denarios y otro 50”.- Decir 500 denarios era la suma de año y medio de trabajo. La otra cifra 10 veces menor. A los dos les perdonó el acreedor, ¿quién quedó más agradecido?
El fariseo juzgó rectamente y sus palabras se apagaron esa tarde; ella en cambio con el gesto de sus besos y su llanto traspasa los siglos como un canto a la infinita misericordia de Dios.
Al inicio del Evangelio leemos que el fariseo le rogó al Señor que fuera a su domicilio a comer con él; Jesús aceptó aunque no recibió las muestras propias de cortesía en aquel tiempo. Hay que rogar a Jesús que venga a casa, y “casa” no es una construcción con un jardín, ni es un lugar geográfico, sino una persona que ama. Amas y viene; viene para quedarse; se queda para iluminar, comprender, perdonar, pacificar; amas y te aumenta la gracia y con ella la alegría y la gratitud.
No sabremos asegurar quién tenía más necesidad de Cristo, si ella o él; cuando quizá después de aquel banquete todos siguieron su rutina diaria cada uno se volvió a sus actividades ordinarias, hubo dos personas que se sintieron mejor: -ella radiante de alegría por el perdón recibido, y El, Jesús, porque alguien que anduvo lejos se acercó a su corazón. Por aquel tiempo había dicho: -“Vengan a mi todos los cansados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”… (S. Mt. 11,28)
Alabada sea la infinita misericordia de Dios
Mons. Juan José Hinojosa Vela