11 de agosto del 2013
Sab 18,6-9 / Sal 32 / Heb 11,1-2.8-19 / Lc 12,32-48.
Toda la vida del cristiano; toda la vida de la Iglesia y toda la Escritura están impregnadas de una verdad sin la que todo se hundiría; sin ella no tendrían sentido estas tres grandes realidades; hablamos de la fe.
Al inicio del Nuevo Catecismo de la Iglesia leemos: -“La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida”-.
Hoy con la figura de las lámparas encendidas nos ilustra el Evangelio sobre el deseo de N. Señor de darnos a entender su doctrina sobre la fe, virtud teologal que gratuitamente se nos ha infundido desde el primer Sacramento.
El Dios en quien creemos con esa fe que nos hace cuidar la blancura de nuestra túnica y la luz de nuestra lámpara es en primer lugar OMNIPOTENTE, y puede darnos mucho más de lo que imaginamos; además NOS AMA como El es, es decir sin medida y por eso nos envió a su Hijo como Redentor y como no se interrumpe su amor, no se mengua, y del que no se arrepiente, quiere decir que ES FIEL. Una verdad incuestionable que debemos aceptar, queramos o no, es que cada día nos acercamos más al fin; ese fin sobre el cual dice el Ev. de hoy “vivan preparados”. Velar en una espera gozosa porque por fin cumplirá su promesa el buen Padre que nos ama sin medida, es propio de creyentes que, unieron a su fe, la esperanza inquebrantable y la caridad operante. Llama dos veces dichosos a quienes, porque creen, vigilan; al vigilar esperan y su esperanza los hace servir. Cuando los judíos de entonces se ponían sus túnicas y querían trabajar, viajar o servir, había que ceñírselas, igual que para luchar. La vida nuestra es continua milicia que sólo concluirá cuando veamos al Señor que nos reciba; pero, aun ya contemplando su gloria, nuestra labor continuará, como decía Teresita de Jesús ante la perspectiva del cielo: -“Ahora empieza mi trabajo, que durará cuanto dure el tiempo”.
A propósito del Ev. de hoy se lee en la biografía de un santo muy antiguo el diálogo que él oyó durante un sueño. Los enemigos del alma hacían un conciliábulo para tratar de las trampas que deberían poner a las personas para hacerlas pecar tranquilamente. Uno dijo: “DIGAMOSLES QUE DIOS NO EXISTE”, y los demás le respondieron. –Pero basta que vean el mundo y los astros y estrellas para que se pregunten: ¿quién hizo todo esto? ¡Necesariamente tendrán que responder que las cosas no se hicieron solas…! ¡Es una tentación muy ingenua; nadie caerá en ella… es ilógica; hasta los niños adivinan la presencia y el poder de Dios…! –Un segundo consejero recomendó: -“Mas bien admitamos la EXISTENCIA DE DIOS PERO NO CASTIGA A NADIE”. Los demás respondieron: -¡Basta con que vayan a las cárceles, y vean si es o no verdad que los asesinos y ladrones, sufren o no! Que vean los hospitales donde se trata de atajar o medio curar enfermedades sexuales que trajeron consecuencias desastrosas a los mismos que se contagiaron y sus familias. Que vean a un alcohólico o un drogadicto; a una persona que atenta contra la naturaleza; y sufren las consecuencias; si así castiga la vida y la justicia humana esos hechos, ¿qué se seguirá, no ya en los cuerpos, sino en las almas de esos infelices? –y otro peor consejero, más viejo y por eso más astuto sentenció: -Digan a todos que LES FALTA MUCHO TIEMPO PARA MORIR, y que el juicio de ese Dios, al que no pueden ignorar, demora mucho todavía”. Y todos aplaudieron, y quedaron en llevar una consigna: -No preocuparse. Seguir por cualquier camino aun peligroso; al fin la muerte y el juicio se divisan muy lejos. Pero N. S. nos dice hoy: -“Estén alerta, porque no saben ni el día ni la hora…”
¿Y, qué nos preguntará El Señor al juzgarnos recién llegados a su presencia? Quizá nos pregunte a cada uno: -¿Cuánto repartiste y cuánto te guardaste? Y entonces habrás perdido todo lo que guardaste, y sólo te llevaste lo que repartiste.
Aquel joven no podía dormir; su madre lo oyó toser y le preguntó: -¿Hijo, por qué no duermes? ¿Te sientes mal? –No, mamá, no estoy enfermo sino preocupado. La madre aquella, como todas desde siempre y en todas partes, se acerca y le pregunta: ¿y qué es lo que te preocupa? –Es algo que dijo el predicador en la Iglesia al comentar el Evangelio que oí hoy. (Era el pasaje de hoy). Había dicho el padre en la Misa: -“N. S. nos juzgará por nuestras obras y la suerte definitiva quedará decidida para siempre, para siempre, para siempre”; y yo tengo miedo a ese destino. Sus palabras resuenan en mi interior. Por consejo de su madre rezaron un poco; ella le dijo también que buscara confesarse y así lo hizo. El confesor le dijo en pocas palabras: -“Si quieres que eso para siempre sea de felicidad y no de castigo debes vivir cada día como si ese mismo día fueras a morir y a ser juzgado por Dios. Aquel joven siguió lo mejor que pudo las orientaciones de aquel Sacerdote; tenía grandes dotes intelectuales y fue un gran expositor de la doctrina. Se ordenó Sacerdote en España, fue Arz. de La Habana 7 años y por obediencia volvió a España donde murió. Se llama S. Antonio María Claret, fundador, cuya obra en dos ramas, misioneros y hermanas Claretianas; ellos son 3000 en más de 350 casas y ellas son 650 en 69 casas en diversas partes del mundo.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela