Llegó a este mismo hotel un renombrado músico, que, en seguida se dio cuenta de la situación.
En vez de ausentarse como los otros, un día él se sentó al lado de la niña, y cada vez que ella tocaba una nota, él atacaba un acorde de música exquisita. Ella tocaba otra nota, y otra y otra, mientras él continuaba introduciendo un acompañamiento encantador. La música alcanzó a los huéspedes que, por primera vez, oían sonidos armoniosos emanar del piano, e, intrigados, volvieron. La niña siguió su ejercicio y el músico prodigando su acompañamiento y, cuando ella hizo un discorde más terrible, él improvisó un arranque de armonía más sublime.
La niña sabía perfectamente que ella no era quien había producido la música, pero todos dieron muestras de agradecimiento al músico.
No puedo describir cómo me ha servido este relato, animándome durante largos años. Yo he sido esa criatura en el piano de la providencia de Dios. He hecho todo lo posible para producir música con un dedo y vez tras vez he tenido la conciencia de haber fracasado, produciendo sólo discordes. Mas, ioh!, he hallado al Espíritu Santo a mi lado, y Él ha convertido cada una de mis notas discordantes en noble armonía.