9 de Junio del 2013
1 Re 17, 17-24 / Sal 29 / Gal 1, 11-19 / Lc 7, 11-17
¡Dos viudas, dos Profetas, dos milagros!
El día de hoy nos presenta la palabra de Dios a dos viudas; una del Antiguo Testamento y otra del Nuevo; las dos sufren, las dos viven solas y son pobres; las dos se encuentran con alguien que las quiere ayudar en su situación peculiar; la primera se encuentra con el profeta Elías, la segunda con el Señor mismo. La primera se queja ante la muerte de su hijo, la otra no dice ni una palabra pero ante N. S. sus lágrimas son más elocuentes que cien palabras. Las dos experimentan un desgarramiento del corazón porque han muerto sus hijos. Elías pide a Dios que devuelva la vida al niño: N. Señor Jesucristo, como dueño de la vida y del destino de cada uno, devuelve la vida al joven que ya conducían al cementerio.
Hay ocasiones en nuestras vidas en las que asistimos por afecto o por compromiso a un funeral, a un duelo, a una Misa exequial y es posible que al ver sufrir a una persona de la familia de quien murió se nos ocurra decir al mirar sus lágrimas: -“no llores”; pero, hermanos, el único que puede decir eso es Jesucristo, porque El sí da solución al problema. Nosotros más bien, con respeto y comprensión acompañemos a quien vive la separación temporal de un ser querido; prestemos pequeños o grandes servicios con discreción y prudencia si podemos, pero dejemos que desahoguen sus penas incluso con su llanto. ¡Cuánto bien hace el llanto porque es expresión del dolor interior y del afecto que los unía con la persona que va a ser sepultada!
El texto de S. Lc. aclara que con N. S. va mucha gente además de los discípulos, y con la viuda que salía en el cortejo fúnebre va una multitud; de aquel gentío Jesús, que sabe que un milagro va a causar una grata impresión que aumentará la fe y la esperanza en todos, no se hace propaganda; se trata de consolar a aquella pobre madre que sufre indeciblemente por la defunción del hijo único. Nuestro Señor tocó el ataúd, demuestra así un total dominio; están todos ante Alguien que supera la ley. La ley prohibía que se tocara un féretro, (Num. 19,12) pero El Señor los detiene a todos con su presencia, su voz, su bondad y dice: “Joven, a ti te hablo”.- Hablar con alguien que ya traspasó las fronteras de la vida, y mandarle, es propio o de un loco o de un profeta. La incorporación y el habla son señales de que se ha dado una verdadera resurrección. La admiración de todos se comprende ante la presencia de lo sobrenatural, por eso exclaman: -“Dios ha visitado a su pueblo”.-
En el siglo 21 que apenas vamos en las primeras décadas vemos niños que mueren prematuramente, y no me refiero a su vida física, y jóvenes que son como cadáveres ambulantes; unos y otros por no tener quien los ame van a la deriva. Como dice el Romancero de la vía dolorosa a propósito de los niños que perdieron la inocencia: -“Porque esas tus tres caídas, otras caídas retratan: -el azoro de los niños caídos de madrugada; el derrumbe de los jóvenes desde las cumbres nevadas; las caídas de los viejos, tan hondas y tan amargas…”
Hay niños y adolescentes de hoy que necesitan nuevos Elías que les devuelvan la vida; hay jóvenes y grandes que van ya camino al cementerio. Jóvenes que son frágiles pero por eso necesitan una mano fuerte que los sostenga; muchachas que transitan por el sinuoso camino del alcohol; de la pérdida de valores; jóvenes que probaron la droga y se deslizan en un resbaladero que conduce al desaliento, a la tristeza y al desastre moral. ¿No habrá entre nosotros, padres de familia, maestros y amigos buenos, que quieran decidirse a ayudar en serio? No nos preguntemos por qué sucede esto, sino ¿qué puedo hacer yo? Si busco el por qué sólo miro la enfermedad, pero si coopero en la recuperación estoy poniendo el remedio. Los jóvenes son buenos, pero necesitan, piden a gritos a los adultos, que no quedemos indiferentes ante sus peligros, sino que busquemos el modo concreto de servirlos. No esperemos que se ahoguen para reaccionar, sino cooperemos ahora porque sin palabras, piden auxilio.
María, Auxilio de los Cristianos, Ruega por nosotros.
Mons. Juan José Hinojosa Vela