Ángela de la Cruz
(María de los Ángeles Guerrero González)
Religiosa, virgen, fundadora de las Hermanas de la Compañía de la Cruz
Mayo 2003, canonización
Nació cerca de Sevilla el 30 de enero de 1846. Fue bautizada el 2 de febrero. Su padre, Francisco, era cocinero del convento de los Trinitarios y su madre Josefa costurera del mismo. Tuvieron catorce hijos de los que solamente seis llegaron a la mayoría de edad. Por la pobreza pudo irpoco al colegio, aprendiendo a escribir sin dominar la ortografía, algunas nociones de aritmética y catecismo.
(María de los Ángeles Guerrero González)
Religiosa, virgen, fundadora de las Hermanas de la Compañía de la Cruz
Mayo 2003, canonización
Nació cerca de Sevilla el 30 de enero de 1846. Fue bautizada el 2 de febrero. Su padre, Francisco, era cocinero del convento de los Trinitarios y su madre Josefa costurera del mismo. Tuvieron catorce hijos de los que solamente seis llegaron a la mayoría de edad. Por la pobreza pudo irpoco al colegio, aprendiendo a escribir sin dominar la ortografía, algunas nociones de aritmética y catecismo.
No obstante su pobreza no le impedía, desde niña y adolescente, a compartir los bienes que tenían en casa con los más pobres.
En casa aprendió a rezar el Rosario y a practicar en familia las oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María. Con su padre acudía al rosario de la aurora y su madre se prestaba a ser madrina de los niños del barrio que lo necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y fue confirmada en 1855.
Comenzó trabajos fuera de casa a sus doce años para ayudar a su familia como aprendiz en la zapatería Maldonado donde también se rezaba diariamente el Rosario y tuvo sus primeras experiencias místicas. Ella misma se puso a enseñar el oficio a otras niñas, como oficiala de primera, en una institución llamada “Las Arrepentidas”.
El canónigo que confesaba a Angelita, el Padre Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le pedía: ser monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina, llamó a las puertas del Carmelo que había fundado en Sevilla Santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad para la vida contemplativa, no fue admitida porque no tenía suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868 entró como postulante en las Hijas de la Caridad del Hospital central de Sevilla, pero por su salud quebrantada fue trasladada a Cuenca por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que dejar definitivamente a las Hijas de la Caridad a pesar de su entrega y fidelidad generosa.
Resignada a vivir como “monja sin convento” volvió a su trabajo y se sometió en obediencia a su director espiritual escribiendo todos los pensamientos y deseos de su alma, hasta que en 1875 ve en la oración el monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo crucificado:“Al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es posible a una criatura...”. En una ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres que sufren, escribe al Padre: “Si para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un Instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!”, recibiendo así la inspiración de fundar una “Compañía”.
En sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla por su identificación con los menesterosos: “Hacerse pobre con los pobres”. No quería hacer la caridad “desde arriba” sino ayudar a los pobres “desde dentro”. Escribía y lo vivía: “La primera pobre, yo...”.
El día 2 de agosto de 1875 el Padre Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia del Convento Jerónimo de Santa Paula a la que asistían, con Ángela, que era terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa y otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y en el servicio a los pobres. Acabada la Misa se trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis, nº 13, en el que había una mesa, unas sillas y unas esteras de junco que servían de colchón y de almohada, un Crucifijo y un cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas de la Cruz.
La fundadora imprimió a su Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría y de contenida belleza de tal forma que sus conventos tendrían esplendor a base de cal, estropajo, dos esterillas y cinco macetas. Su estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de la grandiosidad, impregnando el aire de dulzura de tal forma que la gente agradecía aquel nuevo modo de querer a Dios y a los pobres.
Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San Lorenzo, donde ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el Arzobispo, llamado “mendigo”, recientemente beatificado. Empezaron a recoger niñas huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por eso pasaron a otra casa más grande en la calle Lerena, donde ya pudieron contar con la presencia de la Eucaristía. Atendían a las personas que estaban solas y enfermas en sus casas. Con una mano pedían limosna y con la otra la repartían.
En 1879 el Arzobispo Fr. Joaquín Lluch aprobó las primeras constituciones de la Compañía de las Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad, contemplación y alegría en el servicio a los pobres. Las Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y Madrid, las Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla se trasladarían a lo que después sería la Casa Madre en la calle de Los Alcázares.
En 1894 Sor Ángela, “madre Angelita” o simplemente “Madre” como se le llamaba ya en Sevilla, viajó a Roma para asistir a la beatificación del maestro Juan de Ávila y Fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con el Papa León XIII, quien más tarde concedió el decreto inicial para la aprobación de la Compañía que firmaría en 1904 San Pío X.
En 1907 Sor Ángela asumió el gobierno y la responsabilidad de su Instituto religioso como primera Madre General, reelegida por cuatro veces. Aunque tenía fama de “milagrera”, destacaba por su naturalidad y sencillez.
En 1928 a pesar de la exposición iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo pobres y necesidades, por eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios más pobres, santificándose especialmente con la virtud de la mortificación, al servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres como ellos.
Sor Ángela aceptó la decisión del Arzobispo de no continuar siendo Madre General y se puso a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas personas acudían a perdirle ayuda, atraídas por sus virtudes.
Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a estrictamente las normas de mortificación establecidas por Sor Ángela: comen de “vigilia”, duermen sobre una tarima de madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren estar “instaladas en la cruz”, “enfrente y muy cerca de la cruz de Jesús”, renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin tardanza donde los pobres las necesiten.
El 7 de julio de 1931 Madre Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses después, la llevaría a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo pero continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad, tratando de agradar y nunca molestar.
Después de una larga agonía y de haber recibido los últimos Sacramentos murió en Sevilla –en su tarima de dormir- el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó durante tres días enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio especial, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre. El Ayuntamiento republicano de Sevilla celebró una sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios de Sor Ángela y propuso que a la calle de Los Alcázares se le llamara de “Sor Ángela de la Cruz”, siendo aprobado el cambio de nombre por unanimidad.
Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, su cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la Casa Madre y su memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
TEXTOS DE LA MADRE ÁNGELA DE LA CRUZ
Yo conozco que no he empezado todavía este camino de sacrificio y que la víctima debe ser lo más hermoso del rebaño y yo soy una ovejita negra, la más negra del rebaño de su pastor.
Los medios para que esta ovejita alcance la hermosura de una víctima ya aceptada por Dios son cuatro: Obedecer, callar, sufrir y morir.
¿Qué les pasaría a los santos en su interior para que sus acciones fueran tan agradables a los ojos de Dios? Querría entrarme en el interior de uno para aprender.
Sí; eso es lo que yo ambiciono, amor y más amor, santidad y más santidad, perfección y más perfección.
Las virtudes que deben brillar más en mi son: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad...; a mí me quiere nuestro Dios desconocida de todo el mundo, de tal manera que no vez en mí otra cosa que una gran pecadora cubierta de deshonra y de ignominia. Quiere Nuestro Señor que yo baje tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que siga hasta después de mi muerte.
Padecer lo que Dios nos mande muy conforme, sin desear otra clase de padecimientos, aunque no sean tan penosos. Padecer en silencio y sin quejarse. Padecer sin cansarme, deseando se aumente el penar. Padecer con alegría y paciencia inalterable, sin buscar alivio ni descanso ni consuelo, sino en la obediencia.
La primera pobre, yo... Me consideraré interina en el cargo, desearé sentir los efectos de la pobreza y me alegraré cuando los sienta; estaré pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia.
Son mendigas que todo han de recibirlo de limosna; sólo quedan con sus verdaderos hermanos los pobres, que son ya sus amigos, sus hermanos e hijos; y las pobres niñas que educan, las cuales no pueden darles puestos ni honores en la sociedad.
Hice también la resolución de servir a mis hermanos en la condición de criada, mirando en ellos sólo lo que tienen de Dios y también para predicarles con mi ejemplo; que no vieran en mí nada que pudiera hacer la virtud reprensible.
Mi corazón se multiplica para ser entero para cada uno de los pobres que se ven necesitados, y me ocupo de sus penas como mías.
María, nuestra amorosa Madre, será desde hoy nuestra Maestra, y nuestra Superiora y nuestra Hermana Mayor.
Jesús, María y José, ayudadme a obedecer.
Dios me hizo comprender lo que vale la humillación.
Hijas mías, nuestro país es la Cruz, que en la Cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la Cruz somos forasteras.
Santo de la semana - San José de Copertino08/25/2013
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SAN JOSÉ DE COPERTINO
18 de Septiembre
Fraile franciscano, Patrón de los estudiantes
"La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se valla conformando con el cielo.
José nació el 17 de junio de 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Copertino (Lecce). Sus padres eran muy pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.
A los 17 años pidió ser admitido a la orden franciscana pero no fue aceptado. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían asignado. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por no cumplir bien con sus deberes tuvo que dejar el convento.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, quien declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los frailes.
Conversión
Sucedió entonces, que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los frailes como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.
Dificultad en los estudios.
Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, esa será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la única frase que Fray Copertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre ".
Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: "¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?". José, que era el próximo en turno y estaba atemorizado, se libró de tener que pasar el examen.
Es por eso que nuestro santo es el patrón de los estudiantes, especialmente de los que, como el, encuentran dificultades en sus estudios. El santo se complace en ayudarles. En su santuario en Osimo sigue creciendo la documentación que testifica su intercesión.
Sacerdote de oración y penitencia
Fue ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628 y se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo, consagrado a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).
Extasis y milagros
Sus éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales eran tan frecuentes que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo.
Levitación. Se conoce de mas de 200 santos que experimentaron levitación. Este don extraordinario consiste en la elevación del cuerpo humano sin la participación de ninguna fuerza física. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Copertino tuvo numerosísimas levitaciones, es decir volaba por los aires.
Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires. Quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando rezaba los Salmos. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad lo observaron 70 veces en éxtasis. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos ataques de mareos que me dan".
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.
Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más en ese día.
En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.
Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire.
El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.
En la vida de San José de Copertino podemos ver cantidad de dones con los que el Señor adornó su humilde y piadosa alma. Es un santo en el que Dios derramó tanta abundancia de dones sobrenaturales que son incontables.
Fue elegido por sus Superiores a exorcizar demonios, lo cual el se consideraba indigno de hacer, y utilizaba esta frase: "Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mi, sino por la obediencia que le debo a mis superiores". Y los demonios salían.
También tenía el don de leer los Corazones, era buen confesor y cuando un alma se acercaba a confesarse el se podía dar cuenta de lo que a esta alma le atormentaba.
El don de Bilocación, (estar en dos lugares al mismo tiempo). Cuando su madre estaba muriendo en el pequeño pueblo de Copertino, José se encontraba en Asís y percibió la necesidad de su madre. Una gran luz entró por el cuarto de la señora, era San José de Copertino que había llegado. Su madre al verlo exclamó !oh Padre José, oh mi hijo!, y murió instantáneamente. Cuando sus superiores le preguntaron por qué estaba llorando tan amargamente, el contestó porque su madre acababa de morir. Hay muchos que atestiguan que el Padre José asistió a su madre en Copertino.
Multiplicaba panes, miel, vino, y cualquier comida que se le ponía en frente.
El don de Sanación Le recobró la vista aun ciego al ponerle su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar ellos el crucifijo que él ponía delante de ellos. Hubo una plaga de fiebre muy alta y los enfermos eran curados al hacerle la señal de la Cruz sobre su frente, bajándole la fiebre hasta la temperatura normal. Con la señal de la cruz, resucitaba muertos.
Tuvo el don de profecía, predijo el día y la hora de la muerte de los Papas Urbano VIII e Inocencio X. Predijo el ascenso al trono de Juan Casimir.
Tuvo también el don de tocar corazones hacia la conversión. El más conocido ejemplo fue el de el Príncipe John Federick, un luterano, que a los 25 años de edad fue a Asís con dos escoltas, uno católico y otro protestante. Entraron a la iglesia donde el Padre José celebraba la santa misa y, a la hora de la consagración, cuando el padre quiso partir la hostia; esta estaba tan dura como una piedra y tuvo que devolverla a la patena. El Padre José comenzó a llorar de dolor y a levitar a unos tres pies de altura. Cuando regresó al altar trató otra vez de partir la hostia y, haciendo gran esfuerzo lo logró.
Más tarde cuando los superiores le preguntaron por qué había demorado tanto para partirla, él respondió: "Mis queridos hermanos, la gente que asistió hoy a misa tienen el corazón demasiado duro, por eso el Cordero de Dios se endureció en mis manos y no podía yo partir la Hostia Consagrada."
Al día siguiente regresó el príncipe con los dos hombres a la misa y, cuando el Padre José elevó la Hostia, la cruz de la Sagrada Hostia cambió a negra. Causándole gran dolor y llorando empezó a levitar junto con la Sagrada Hostia por 15 minutos. El milagro del Padre José levitando con la Hostia en alto conmovió el corazón del príncipe a convertirse a la Fe Católica, igual que sus acompañantes.
El Padre José nunca aceptó ningún mérito por sus milagros, siempre se los acreditaba a su Madre María, a la cual siempre tuvo una gran devoción.
El Papa Bendicto XIV que era rigurosísimo al aceptar milagros, estudió cuidadosamente la vida de José de Copertino y declaró: "todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios".
Nadie se hace santo por tener dones sino por entregarlos amorosamente al servicio de Dios. Veamos pues la virtud de San José de Copertino
La humildad del Padre José era constantemente probada. Un día un hombre arrogante le dijo: "Impío, hipócrita, no por ti, pero por el hábito de religioso que llevas tengo que respetarte. Yo creería en todo lo que haces si con la señal de la cruz sobre mi yaga me sanas". El contestó: "Todo lo que has dicho de mi es completamente cierto y haciendo la señal de la Cruz sobre las llagas quedaron sanadas totalmente.
Ejercitó totalmente el abandono y la obediencia, veía en la voz del superior, la voz del Señor y gozosamente obedecía. Por medio de su obediencia le entregaba a Dios no solamente su hábitos sino también su carne y deseos. Decía: "La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se valla confortando con el cielo.
Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. Estuvo en Nápoles, Asís, donde vive en el Sacro Convento por 14 años, en Petrarubbia y Fossombrone. Finalmente llega al convento de San Francisco en Osimo. La gente descubría dónde estaba y allá corrían. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:"Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe".
José de Copertino murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Fue beatificado en 1753 por Benedicto XIV, y canonizado en el 1767 por Clemente XIII.
Su cuerpo está expuesto para la veneración en su santuario en Osimo.
!Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que El siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones!
Fuente: http://www.corazones.org
En casa aprendió a rezar el Rosario y a practicar en familia las oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María. Con su padre acudía al rosario de la aurora y su madre se prestaba a ser madrina de los niños del barrio que lo necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y fue confirmada en 1855.
Comenzó trabajos fuera de casa a sus doce años para ayudar a su familia como aprendiz en la zapatería Maldonado donde también se rezaba diariamente el Rosario y tuvo sus primeras experiencias místicas. Ella misma se puso a enseñar el oficio a otras niñas, como oficiala de primera, en una institución llamada “Las Arrepentidas”.
El canónigo que confesaba a Angelita, el Padre Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le pedía: ser monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina, llamó a las puertas del Carmelo que había fundado en Sevilla Santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad para la vida contemplativa, no fue admitida porque no tenía suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868 entró como postulante en las Hijas de la Caridad del Hospital central de Sevilla, pero por su salud quebrantada fue trasladada a Cuenca por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que dejar definitivamente a las Hijas de la Caridad a pesar de su entrega y fidelidad generosa.
Resignada a vivir como “monja sin convento” volvió a su trabajo y se sometió en obediencia a su director espiritual escribiendo todos los pensamientos y deseos de su alma, hasta que en 1875 ve en la oración el monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo crucificado:“Al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es posible a una criatura...”. En una ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres que sufren, escribe al Padre: “Si para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un Instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!”, recibiendo así la inspiración de fundar una “Compañía”.
En sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla por su identificación con los menesterosos: “Hacerse pobre con los pobres”. No quería hacer la caridad “desde arriba” sino ayudar a los pobres “desde dentro”. Escribía y lo vivía: “La primera pobre, yo...”.
El día 2 de agosto de 1875 el Padre Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia del Convento Jerónimo de Santa Paula a la que asistían, con Ángela, que era terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa y otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y en el servicio a los pobres. Acabada la Misa se trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis, nº 13, en el que había una mesa, unas sillas y unas esteras de junco que servían de colchón y de almohada, un Crucifijo y un cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas de la Cruz.
La fundadora imprimió a su Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría y de contenida belleza de tal forma que sus conventos tendrían esplendor a base de cal, estropajo, dos esterillas y cinco macetas. Su estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de la grandiosidad, impregnando el aire de dulzura de tal forma que la gente agradecía aquel nuevo modo de querer a Dios y a los pobres.
Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San Lorenzo, donde ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el Arzobispo, llamado “mendigo”, recientemente beatificado. Empezaron a recoger niñas huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por eso pasaron a otra casa más grande en la calle Lerena, donde ya pudieron contar con la presencia de la Eucaristía. Atendían a las personas que estaban solas y enfermas en sus casas. Con una mano pedían limosna y con la otra la repartían.
En 1879 el Arzobispo Fr. Joaquín Lluch aprobó las primeras constituciones de la Compañía de las Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad, contemplación y alegría en el servicio a los pobres. Las Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y Madrid, las Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla se trasladarían a lo que después sería la Casa Madre en la calle de Los Alcázares.
En 1894 Sor Ángela, “madre Angelita” o simplemente “Madre” como se le llamaba ya en Sevilla, viajó a Roma para asistir a la beatificación del maestro Juan de Ávila y Fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con el Papa León XIII, quien más tarde concedió el decreto inicial para la aprobación de la Compañía que firmaría en 1904 San Pío X.
En 1907 Sor Ángela asumió el gobierno y la responsabilidad de su Instituto religioso como primera Madre General, reelegida por cuatro veces. Aunque tenía fama de “milagrera”, destacaba por su naturalidad y sencillez.
En 1928 a pesar de la exposición iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo pobres y necesidades, por eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios más pobres, santificándose especialmente con la virtud de la mortificación, al servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres como ellos.
Sor Ángela aceptó la decisión del Arzobispo de no continuar siendo Madre General y se puso a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas personas acudían a perdirle ayuda, atraídas por sus virtudes.
Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a estrictamente las normas de mortificación establecidas por Sor Ángela: comen de “vigilia”, duermen sobre una tarima de madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren estar “instaladas en la cruz”, “enfrente y muy cerca de la cruz de Jesús”, renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin tardanza donde los pobres las necesiten.
El 7 de julio de 1931 Madre Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses después, la llevaría a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo pero continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad, tratando de agradar y nunca molestar.
Después de una larga agonía y de haber recibido los últimos Sacramentos murió en Sevilla –en su tarima de dormir- el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó durante tres días enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio especial, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre. El Ayuntamiento republicano de Sevilla celebró una sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios de Sor Ángela y propuso que a la calle de Los Alcázares se le llamara de “Sor Ángela de la Cruz”, siendo aprobado el cambio de nombre por unanimidad.
Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, su cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la Casa Madre y su memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
TEXTOS DE LA MADRE ÁNGELA DE LA CRUZ
Yo conozco que no he empezado todavía este camino de sacrificio y que la víctima debe ser lo más hermoso del rebaño y yo soy una ovejita negra, la más negra del rebaño de su pastor.
Los medios para que esta ovejita alcance la hermosura de una víctima ya aceptada por Dios son cuatro: Obedecer, callar, sufrir y morir.
¿Qué les pasaría a los santos en su interior para que sus acciones fueran tan agradables a los ojos de Dios? Querría entrarme en el interior de uno para aprender.
Sí; eso es lo que yo ambiciono, amor y más amor, santidad y más santidad, perfección y más perfección.
Las virtudes que deben brillar más en mi son: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad...; a mí me quiere nuestro Dios desconocida de todo el mundo, de tal manera que no vez en mí otra cosa que una gran pecadora cubierta de deshonra y de ignominia. Quiere Nuestro Señor que yo baje tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que siga hasta después de mi muerte.
Padecer lo que Dios nos mande muy conforme, sin desear otra clase de padecimientos, aunque no sean tan penosos. Padecer en silencio y sin quejarse. Padecer sin cansarme, deseando se aumente el penar. Padecer con alegría y paciencia inalterable, sin buscar alivio ni descanso ni consuelo, sino en la obediencia.
La primera pobre, yo... Me consideraré interina en el cargo, desearé sentir los efectos de la pobreza y me alegraré cuando los sienta; estaré pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia.
Son mendigas que todo han de recibirlo de limosna; sólo quedan con sus verdaderos hermanos los pobres, que son ya sus amigos, sus hermanos e hijos; y las pobres niñas que educan, las cuales no pueden darles puestos ni honores en la sociedad.
Hice también la resolución de servir a mis hermanos en la condición de criada, mirando en ellos sólo lo que tienen de Dios y también para predicarles con mi ejemplo; que no vieran en mí nada que pudiera hacer la virtud reprensible.
Mi corazón se multiplica para ser entero para cada uno de los pobres que se ven necesitados, y me ocupo de sus penas como mías.
María, nuestra amorosa Madre, será desde hoy nuestra Maestra, y nuestra Superiora y nuestra Hermana Mayor.
Jesús, María y José, ayudadme a obedecer.
Dios me hizo comprender lo que vale la humillación.
Hijas mías, nuestro país es la Cruz, que en la Cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la Cruz somos forasteras.
Santo de la semana - San José de Copertino08/25/2013
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SAN JOSÉ DE COPERTINO
18 de Septiembre
Fraile franciscano, Patrón de los estudiantes
"La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se valla conformando con el cielo.
José nació el 17 de junio de 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Copertino (Lecce). Sus padres eran muy pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.
A los 17 años pidió ser admitido a la orden franciscana pero no fue aceptado. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían asignado. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por no cumplir bien con sus deberes tuvo que dejar el convento.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, quien declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los frailes.
Conversión
Sucedió entonces, que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los frailes como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.
Dificultad en los estudios.
Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, esa será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la única frase que Fray Copertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre ".
Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: "¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?". José, que era el próximo en turno y estaba atemorizado, se libró de tener que pasar el examen.
Es por eso que nuestro santo es el patrón de los estudiantes, especialmente de los que, como el, encuentran dificultades en sus estudios. El santo se complace en ayudarles. En su santuario en Osimo sigue creciendo la documentación que testifica su intercesión.
Sacerdote de oración y penitencia
Fue ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628 y se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo, consagrado a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).
Extasis y milagros
Sus éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales eran tan frecuentes que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo.
Levitación. Se conoce de mas de 200 santos que experimentaron levitación. Este don extraordinario consiste en la elevación del cuerpo humano sin la participación de ninguna fuerza física. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Copertino tuvo numerosísimas levitaciones, es decir volaba por los aires.
Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires. Quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando rezaba los Salmos. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad lo observaron 70 veces en éxtasis. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos ataques de mareos que me dan".
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.
Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más en ese día.
En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.
Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire.
El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.
En la vida de San José de Copertino podemos ver cantidad de dones con los que el Señor adornó su humilde y piadosa alma. Es un santo en el que Dios derramó tanta abundancia de dones sobrenaturales que son incontables.
Fue elegido por sus Superiores a exorcizar demonios, lo cual el se consideraba indigno de hacer, y utilizaba esta frase: "Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mi, sino por la obediencia que le debo a mis superiores". Y los demonios salían.
También tenía el don de leer los Corazones, era buen confesor y cuando un alma se acercaba a confesarse el se podía dar cuenta de lo que a esta alma le atormentaba.
El don de Bilocación, (estar en dos lugares al mismo tiempo). Cuando su madre estaba muriendo en el pequeño pueblo de Copertino, José se encontraba en Asís y percibió la necesidad de su madre. Una gran luz entró por el cuarto de la señora, era San José de Copertino que había llegado. Su madre al verlo exclamó !oh Padre José, oh mi hijo!, y murió instantáneamente. Cuando sus superiores le preguntaron por qué estaba llorando tan amargamente, el contestó porque su madre acababa de morir. Hay muchos que atestiguan que el Padre José asistió a su madre en Copertino.
Multiplicaba panes, miel, vino, y cualquier comida que se le ponía en frente.
El don de Sanación Le recobró la vista aun ciego al ponerle su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar ellos el crucifijo que él ponía delante de ellos. Hubo una plaga de fiebre muy alta y los enfermos eran curados al hacerle la señal de la Cruz sobre su frente, bajándole la fiebre hasta la temperatura normal. Con la señal de la cruz, resucitaba muertos.
Tuvo el don de profecía, predijo el día y la hora de la muerte de los Papas Urbano VIII e Inocencio X. Predijo el ascenso al trono de Juan Casimir.
Tuvo también el don de tocar corazones hacia la conversión. El más conocido ejemplo fue el de el Príncipe John Federick, un luterano, que a los 25 años de edad fue a Asís con dos escoltas, uno católico y otro protestante. Entraron a la iglesia donde el Padre José celebraba la santa misa y, a la hora de la consagración, cuando el padre quiso partir la hostia; esta estaba tan dura como una piedra y tuvo que devolverla a la patena. El Padre José comenzó a llorar de dolor y a levitar a unos tres pies de altura. Cuando regresó al altar trató otra vez de partir la hostia y, haciendo gran esfuerzo lo logró.
Más tarde cuando los superiores le preguntaron por qué había demorado tanto para partirla, él respondió: "Mis queridos hermanos, la gente que asistió hoy a misa tienen el corazón demasiado duro, por eso el Cordero de Dios se endureció en mis manos y no podía yo partir la Hostia Consagrada."
Al día siguiente regresó el príncipe con los dos hombres a la misa y, cuando el Padre José elevó la Hostia, la cruz de la Sagrada Hostia cambió a negra. Causándole gran dolor y llorando empezó a levitar junto con la Sagrada Hostia por 15 minutos. El milagro del Padre José levitando con la Hostia en alto conmovió el corazón del príncipe a convertirse a la Fe Católica, igual que sus acompañantes.
El Padre José nunca aceptó ningún mérito por sus milagros, siempre se los acreditaba a su Madre María, a la cual siempre tuvo una gran devoción.
El Papa Bendicto XIV que era rigurosísimo al aceptar milagros, estudió cuidadosamente la vida de José de Copertino y declaró: "todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios".
Nadie se hace santo por tener dones sino por entregarlos amorosamente al servicio de Dios. Veamos pues la virtud de San José de Copertino
La humildad del Padre José era constantemente probada. Un día un hombre arrogante le dijo: "Impío, hipócrita, no por ti, pero por el hábito de religioso que llevas tengo que respetarte. Yo creería en todo lo que haces si con la señal de la cruz sobre mi yaga me sanas". El contestó: "Todo lo que has dicho de mi es completamente cierto y haciendo la señal de la Cruz sobre las llagas quedaron sanadas totalmente.
Ejercitó totalmente el abandono y la obediencia, veía en la voz del superior, la voz del Señor y gozosamente obedecía. Por medio de su obediencia le entregaba a Dios no solamente su hábitos sino también su carne y deseos. Decía: "La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se valla confortando con el cielo.
Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. Estuvo en Nápoles, Asís, donde vive en el Sacro Convento por 14 años, en Petrarubbia y Fossombrone. Finalmente llega al convento de San Francisco en Osimo. La gente descubría dónde estaba y allá corrían. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:"Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe".
José de Copertino murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Fue beatificado en 1753 por Benedicto XIV, y canonizado en el 1767 por Clemente XIII.
Su cuerpo está expuesto para la veneración en su santuario en Osimo.
!Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que El siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones!
Fuente: http://www.corazones.org