8 de septiembre del 2013
Sab 9,13-19 / Sal 89 / Flm 9b-10.12-17 / Lc 14,25-33.
Hermanos, la más hermosa carta de recomendación de la literatura Bíblica y de la literatura universal es, sin duda, la cartita pequeña, -consta de menos de 400 palabras-, y es la más bella exposición de la delicadeza, la solicitud, el respeto de S. Pablo para su discípulo Filemón, y su amor por Onésimo a quien recomienda ante su antiguo amo de quien Onésimo había sido esclavo y del que se escapó.
Al mismo Filemón lo llama hijo y hermano; y al interceder por Onésimo lo hace en tales términos que se identifica con su recomendado a quien presenta y lo envía encareciendo al destinatario con unas palabras que valen oro: “Recíbelo como a mí mismo”. El apóstol sin pretenderlo da una gran enseñanza de ser discípulo de Jesucristo que habló de que amemos con obras no sólo de palabras; y que al amar amemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos.
Vemos con todo esto que hay hijos de la carne pero también del espíritu; cuando vivimos el Evangelio al practicar esa santísima doctrina engendramos a quienes nos ven u oyen porque aquella enseñanza se convierte en el medio para que en ellos nazca y crezca el mismo Jesucristo; por eso Él mismo dice: -“Cualesquiera que cumpla la voluntad de mi Padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. (S. Mt. 12,50) S. Pablo al escribir a su discípulo no alude para nada a las causas de la huida de Onésimo, simplemente lo defiende sin recordar el pasado del recién convertido a la fe. “Antes era esclavo tuyo y esclavo del pecado; ahora te lo devuelvo en gracia y quiero que ya no lo consideres ni como esclavo ni como siervo sino como hermano amadísimo; él ya lo es para mí”.
¿Qué agravios causó Onésimo a Filemón? No lo sabemos, pero era esclavo y ahora lo devuelve Pablo a su antiguo dueño. Si Filemón lo rechaza se convierte él mismo en esclavo, porque seguir guardando rencores nos esclaviza. El hombre es libre sólo cuando además de perdonar al ofensor se reconcilia con él tendiéndole la mano.
Indudablemente nuestros tres personajes vivían su fe y sabían que Jesús a quien seguían no se contenta con migajas sino lo pide todo porque todo lo da.
¿Qué amores más dignos y santos; qué lazos más nobles que los lazos de la sangre y el afecto como son a padres, hijos y hermanos? Sin embargo N. Señor nos dice en palabras incisivas, claras, inconfundibles, en medio de los miles de sonidos de palabras que nos envuelven: “Si alguno no me prefiere a todo, no puede ser mi discípulo”; y agrega otra frase que cala todavía más: -“y si no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”; como si no fuera ya mucho “dejar afectos familiares”, y agrega la “carga de una cruz” para ir en su seguimiento. Pues, Señor ¿quién eres Tú?
Aquí en la invitación del Señor, invitación exigente, revestida por un lenguaje parabólico, sobresalen dos ideas: una torre y una guerra. Es una invitación a PENSAR, REFLEXIONAR, MEDITAR, EXAMINAR los pros y contras de una situación. Lo que se deduce del Ev. de hoy con las comparaciones que pone el Señor es que pensemos muy bien los pasos que damos en respuesta al nuevo itinerario que nos propone. No es que le interese que queden concluidas las torres o que se hagan guerras en donde los ejércitos sean del mismo número de soldados; a lo que va Aquel que, -además de haber venido a construir un Reino de paz y es antibelicista- es que el hombre que siente el llamado a vivir en su gracia lo deje todo por Él. Colocarse Jesús antes del 4º Mandamiento es colocarse en primer lugar. Cada hombre percibe en sí mismo, automáticamente, un amor instintivo a sí mismo, y Jesús pide más; pide encima de dejarlo todo y a sí mismo, el cargar con una cruz, la propia y a veces la ajena; y seguirlo de por vida a Él con absoluta seguridad de que lo merece todo.
El mundo que nos atrae y seduce se nos presenta como una interminable serie de ofrecimientos y facilidades: -“Consiga usted sólo con su primer enganche casa, carro, computadora, muebles del hogar, aparatos para hacer gimnasia”, etc. todo se puede conseguir desde el escritorio, desde el teléfono, sin salir de casa; todo es invitación al menor esfuerzo. “Aprenda inglés en ocho semanas; una carrera en tres semestres; viaje hoy y pague después”, etc. etc. Jesucristo N. S. que nunca rebaja el costo de las cosas pide renuncias, negación de los deseos desordenados y lo ya bueno de por sí, -entrega del propio yo- lo quiere de más kilates. Quiere hombres libres; al esclavo de un vicio, de una afición, de una amistad peligrosa, le pide cortar toda atadura y además liberarse del amor propio, que tenemos tan arraigado. Bendito Él que al encontrarlo en nuestro camino fija las reglas; quiere discípulos y misioneros como, en su nombre, nos dicen el Santo Padre y los Obispos, que vivamos la absoluta convicción de que el Señor al invitarnos a cargar una cruz, quiere para nosotros únicamente lo que nos hace más humanos y mejores cristianos.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela