5 de Mayo del 2013
Hch 15, 1-2.22-29 / Sal 66 / Ap 21,10-14.22-23 / Jn 14,23-29.
¡Todo bautizado en gracia de Dios, hermanos, es la persona más acompañada! Tanto que tememos la soledad como uno de los varios temores del hombre; pero las palabras de Jesucristo nos aclaran e iluminan el camino, al grado que podemos decir que un creyente unido a Él por el amor nunca estará solo, sencillamente porque lo asegura al decirnos hoy: “el que me ama cumplirá mi Palabra, mi Padre lo amará y VENDREMOS a él y haremos en el nuestra morada”.
Se trata de una presencia habitual y constante. Es una presencia real, aunque invisible, en el alma del discípulo. Sin imaginar lo que no somos capaces de comprender, bastaría mirar a la propia alma, o el alma ajena de alguien lleno de amor a Dios para saber con seguridad que ahí se encuentra -como en casa- la Santísima Trinidad.
Uno de los textos más claros y hermosos sobre la obra del Espíritu Santo en la Iglesia y en cada alma, lo escuchamos en el Ev. de hoy, al decirnos: “cuando venga el Paráclito, el Defensor, el Enviado por El Padre, les enseñará TODO, y les recordará TODO lo que Yo les he dicho a Ustedes”. Ese Espíritu es el que aleteaba desde la creación del universo, el que habló por los Profetas; el que alienta sobre los bautizados y el que suscita todo buen pensamiento e inspira toda acción noble en el hombre peregrino; el que ilumina a la Iglesia asistiéndola con su fuerza, y el que, en el Apocalipsis, al finalizar la historia, sugiere las palabras a la Esposa, -la Iglesia- para que diga: “Ven Señor, Jesús”.
¡Qué gran bien nos hacemos siendo dóciles a ese Espíritu del Padre y de Jesús! Decía Juan XXIII que cada santo es una obra maestra del Espíritu Santo. (5-VI-60) Todos los bautizados constituimos un pueblo marcado con un sello resplandeciente, y estar sellados con ese Espíritu significa que somos propiedad de Dios. Somos valiosos para Él y nos guarda como lo que somos, su propiedad, amados y cuidados con esmero. Dice S. Pablo en Ef. 4,30; -“No entristezcan al Espíritu Santo con el que han sido sellados”. Somos ajenos, por eso aclara más su pensamiento al escribir: “Ustedes son templo del Espíritu Santo que HABITA en Ustedes, que han recibido de Dios y por eso Ustedes no se pertenecen” I Cor. 6,10.-
Iniciamos el siglo XXI entre temores y esperanzas; nos han tocado momentos de tristeza y desesperación porque se han cernido sobre la Iglesia nubes de acusaciones, a veces por faltas reales que nadie va a aprobar y que ciertamente nos duelen; e incluso coincidimos con todos cuantos sufren las consecuencias de conductas reprobables que deben ser sancionadas con penas civiles y eclesiásticas; pero también hemos vivido días amargos en que se han ridiculizado, calumniado y exagerado los pecados de algún consagrado que ha cometido errores que, se tuvieron, no porque el Evangelio sea ineficaz en la vida del hombre, sino porque no lo aplicó a su situación particular de vida. Ahí es cuando los demás en la misma Iglesia navegaremos contra corriente en un ambiente paganizado y hostil. Recordemos las palabras del Señor: “cuando los conduzcan acusándolos ante los tribunales no se preocupen de qué responderán; en aquel momento el Espíritu Santo les enseñará lo que deban decir”. S. Mt. 10,19
No teman, hermanos, los momentos de crisis en la Iglesia, son retos y oportunidades. Más de una vez Nuestro Señor comparó su gracia y su Espíritu -tanto en el diálogo con la samaritana como en sus palabras en el pórtico de Salomón- al agua viva que fluye y lo fecunda todo. Es que el agua es condición necesaria para la supervivencia de los seres vivos y aún de las cosas. Sin el agua no puede vivir ni el hombre, ni los animales ni las plantas. Esa agua lavará las manchas de cuantos quieran conservar limpia su túnica. El agua del Espíritu fecunda la aridez de la tibieza, embellece y fecunda todo a su paso. Como sucedió con Pedro, pusilánime y cobarde ante unos criados, negó al Señor el jueves Santo y, después de Pentecostés, reaccionó alegre y decidido, aun al sufrir azotes y cárceles; así nosotros hoy, aunque sean muchas las dificultades, ese Espíritu nos fortalecerá siempre porque la promesa de Jesús se cumplirá, su Espíritu perenemente se manifestará entre nosotros sosteniéndonos con su fuerza e iluminándonos con su luz.
Mons. Juan José Hinojosa Vela