4 de Agosto de 2013
Ecl 1,2;2,21-23 / Sal 89 / Col. 3, 1-5.9-11 / Lc 12, 13-21.
El trabajo bien hecho realiza, ennoblece y santifica a quien lo hace.-
Cuando el quehacer diario lo cumplimos sólo por el sueldo; porque nos ayuda un poco para aportar a la familia y tener el pan diario, olvidándonos de hacerlo bien por Dios y santificarnos mediante la perfección humana y sobrenatural con que lo hagamos, le quitamos su finalidad más alta.-
Precisamente esa mira sobrenatural la supone S. Pablo cuando escribe a los Colosenses que busquemos los bienes de arriba, los del cielo, donde está Cristo a la derecha de Dios. Pongan TODO EL CORAZON en aquellos bienes, no en los de la tierra. -“Ustedes han muerto a su vida anterior de pecado, y su vida actual está escondida con Cristo en Dios”-. La vida de la gracia no aparece por fuera pero las obras manifiestan que Él, Cristo, vive ahí escondido porque sin Él nada podemos (S. Jn. 15,5)
El Apóstol nos aconseja que demos muerte; “mortifiquemos”, nuestro cuerpo para eliminar lo malo; no se trata de exagerar, pero sí de dominar; al cuerpo hay que darle su lugar pero quien lleva las riendas es el alma, es decir la inteligencia y la voluntad. Eviten la impureza en cualesquiera de sus manifestaciones, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, especie de idolatría, porque suplanta a Dios y se erige a una criatura en idolillo que desvía del fin. Ni todas las pasiones ni todas los deseos son malos, pero la avaricia sí, porque somos sólo administradores no dueños de los bienes que tenemos, y ese vicio nos apega desordenadamente a las “cosas de aquí”; y el Apóstol nos habla hoy de “las cosas de arriba” para algún día manifestarnos gloriosos juntamente con Cristo.
A propósito del desprendimiento el aleluya alude a la primera bienaventuranza: los pobres de espíritu de quienes YA ES el Reino de los Cielos. Y Jesucristo N. S. respondiendo a un hombre anónimo, a quien le preocupa quedarse sin herencia porque su hermano no se la quiere compartir, toma pie para hablarnos también de la avaricia porque la felicidad no depende de la cantidad de bienes materiales.
Tanto S. Pablo como N. Señor nos advierten de los peligros de la avaricia. Habría que preguntarse por qué el apóstol llama idolatría a la avaricia y El Señor nos invita a evitar toda clase de avaricia, como sí hubieran VARIAS CLASES O GRADOS.
Y dice el Sabio a propósito de la avaricia:
- “¿Qué provecho saca el avaro sino MIRAR sus bienes?” Ecl. 5,10
-“He visto una cosa dolorosísima debajo del sol: las riquezas atesoradas para ruina de su dueño, pues las ve desaparecer”(5,12)
- “No hay cosa más detestable que un avaro (Sir. 10,9) porque su alma misma pone en venta; y aún viviendo se arranca sus propias entrañas”.
La higuera que ocupa la tierra inútilmente es el avaro que conserva lo que podría ser de provecho al necesitado. El pan que guardas es del hambriento, -decían los santos-, los vestidos que se pudren en el guardarropa, sin jamás usarlos, son de los pobres; los zapatos que se endurecen de viejos en el closet son de los descalzos.
La avaricia nunca da su nombre: la llaman “cálculo”; “previsión”; “prudente reserva”, pero esclaviza, enajena, envanece y mata. Divide familias; contrapone a hermanos entre sí; se convierte en verdugo del que se deja envolver por ella. El Apóstol en sus recomendaciones a Timoteo le aconseja: -“Raíz de TODOS LOS MALES es el amor al dinero; por su causa algunos se desviaron de la fe y se torturaron a sí mismos con muchos dolores. (I Tim. 6,10) El rico de la parábola de hoy ya tiene de sobra para muchos años pero no se sacia. Algunos avaros, -pobres o ricos-, en su soliloquio, planean un futuro imaginando goces sensibles sin medida. Buscan seguridades y desplazan al que las concede, Dios. El Dueño, reclama el alma, la vida, y al reclamar al rico su ambición pone de relieve la necedad de poseer sin medida. Un avaro se equivoca porque programó todo para su vida temporal, inestable e insegura, y olvida lo que vale ante Dios y ¿Qué es lo que vale a sus ojos?
La parábola de hoy los biblistas la llaman la del Rico Necio, es decir (el que no sabe), ignorante, tonto y terco. Si la impureza envilece y degrada, la avaricia endurece las manos y el corazón; pero, ante los estragos que trae consigo, se nos invita a la liberalidad, entendida como la virtud que nos hace generosos, desprendidos de los bienes materiales o económicos, y pródigos con los demás, sobre todo si los tratamos como quisiéramos que ellos nos trataran si nos halláramos pobres, enfermos, ancianos o hambrientos. Las obras que valen ante Dios son las llaves con que abriremos el cielo; por el contrario la avaricia, las ambiciones desmedidas y las riquezas, como fin en sí mismas, no sólo van contra el primer mandamiento: “No tendrás otro Dios más que a mí”, sino que nos imposibilitan para servir, que es el verdadero medio que nos obtiene los bienes verdaderos de que habla Nuestro Señor en el Evangelio de hoy.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela