29 de septiembre del 2013
Am 6,1a.4-7 / Sal 145 / 1 Tim 6,11-16 / Lc 16 19-31.
Hermanos en la fe: el nombre del profeta más socialista del A. T. parece que no nos dice nada, Amós. Vivía cerca de Belén, era pastor y cultivador de higos. Criado en un ambiente de austeridad tenía especial repugnancia de todo lo que significara derroche y lujo en la vida sedentaria de algunos adinerados, y así es el gran recriminador de los excesos en las clases pudientes, y de las injusticias y extorsiones que cometían con los pobres. Sufrió no sólo incomprensiones al predicar sino fue perseguido por ser fiel a su misión y dirá cuando lo corren y le impiden que profetice: -“yo no era profeta, ni hijo de profeta sino pastor y cultivador de higos, pero El Señor me llamó de detrás del rebaño y me dijo: -Ve y profetiza”. Lo que hoy leemos lo dice a algunos ricos; los que confiaban en sus riquezas como si fueran a durar siempre. Traducida toda su amonestación a nuestro mundo diría: “Llevan una vida muelle y lujosa; banquetean de lo más fino; cantan y se divierten; se emborrachan con los vinos más costosos y se perfuman con los ungüentos más caros, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos. Por eso irán al destierro…”
Nuestro Señor, más que Amós, Pablo o Timoteo, pinta en la parábola de hoy a alguien sin nombre, -los ricos obsesionados por sus bienes materiales son anónimos-, que centró su vida en pasarla bien; y hay dos cosas: vanidad y sensualidad, vestirse de púrpura y telas finas y comer bien: hay pues materialismo y despreocupación de cualquier otro ideal. Es un rico que no se entera de lo que sucede en su entorno; en la puerta misma de su casa yace un pobre que está impedido hasta para espantarse los perros que se le acercan; desearía comer las sobras pero nadie se las daba; aunque este hombre sí tiene nombre, se llama Lázaro.
Se supone que los dos mueren y quienes mueren inmediatamente son juzgados (Heb. 9.27); pero del rico se dice que murió y fue sepultado, y del pobre se dice que fue llevado al seno de Abraham. Para N. S. morir y ser sepultado es la suerte de todos, pero el pobre es premiado y parece ser que el acento se pone en la recompensa dichosa después de una vida de sufrimientos, en contraste con la del rico que no fue condenado por su riqueza sino por no regalar las sobras…
A lo que va N. Señor con la parábola es que la suerte de unos y otros, buenos y malos, no es la misma después de morir. Se destacan dos ideas: lo primero que se ve es la separación de unos y otros; que tienen entre si un abismo inmenso que nadie puede cruzar; y segundo, uno que en vida se despreocupó de sus hermanos y otro que, no acusa a Epulón, no le pide, no exige nada, sufre con puros deseos de comer las sobras que cayeran de la mesa del rico. Hay una suerte distinta porque a Lázaro se le lleva al seno de Abraham, es decir, a un sitio eminente en la gloria definitiva. Al rico no lo condujeron al infierno sus riquezas sino sus mezquindades; no sus ropas finas sino su descuido en ayudar un poco siquiera. ¡Hubiera sido tan fácil ser compañeros los dos en aquel lugar de gozo! Ni al uno le salvó su pobreza ni al otro lo condenó su riqueza, sino que al pobre lo salva el sufrimiento soportado sin maldecir a nadie, y al otro lo condena su dureza de corazón para conmoverse ante las miserias ajenas. Antes, el epulón no reparaba en quien se colocaba en la banqueta de su casa, ahora sabe el nombre del pobre. Habla desde el infierno con Abraham, como si eso fuera posible; ruega hoy cuando de nada sirven sus ruegos y no oraba antes cuando hubiera sido escuchado porque era peregrino; cuando el alma vive en el infierno ora pero su oración de nada vale; cuando somos caminantes la oración bien hecha tiene una resonancia en el corazón de Dios. El que no tuvo compasión del pobre, ahora siente compasión de sus hermanos; el que en vida gozó de inmensos bienes materiales ahora sufre tormentos eternos; el que nunca pensaba más que en comer, beber, pasarla bien y volver al mismo tren de vida cada día, ahora, en una noche sin fin, quiere que alguien, Lázaro o algún enviado de Abraham, advierta del peligro a los suyos.
Hermanos ¿Qué nos sugiere tan preciosa parábola sino que nos labremos ahora la dicha definitiva? Pedía el epulón la aparición de Lázaro a sus parientes; quería un hecho de orden sobrenatural para que tomen en serio la vida; pensaba que harían caso con fenómenos extraordinarios. La respuesta de Abraham nos debe animar a todos a meditar más la Escritura, es alimento del alma; ahí vemos el plan de Dios sobre la humanidad que lucha entre Epulones y Lázaros; unos excesivamente ricos, abundando en placeres no todos lícitos, y otros excesivamente pobres rayando en miserables. La Escritura nos aclara lo que Dios quiere de los vivos y lo que piensa de los muertos. El rico antes olvidó y ahora recuerda pero ya es inútil; el pobre antes sufría hambre, sed e invalidez y ahora goza sin fin en Dios. Epulón se considera hijo de Abraham a quien llama padre, pero nunca consideró a Lázaro como hermano. Jesucristo El Señor quiere que seamos muy buenos hijos del Padre pero muy buenos hermanos entre nosotros; para el rico vivir fraternalmente habría sido el inicio del paraíso y sin perder los bienes de aquí habría alcanzado los del cielo.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela