23 de Junio del 2013
Zac 12,10-11 / Sal 62 / Gál 3, 26-29 / Lc 9, 18-24
La oración colecta de hoy la dirigimos al “Padre” de las misericordias, y le decimos que él nunca deja de su mano a quienes ha arraigado con su amistad, y le pedimos nos conceda vivir siempre movidos por su amor y un filial temor de ofenderlo. Amor y Filial temor, dos brazos con que lo abrazamos. Dos fundamentos que se complementan; sin amor sólo queda el temor; con un solo remo no avanza nuestra barca. Amor y santo temor son dos alas para elevarnos a Dios.
La tarde del viernes santo fué testigo de dos acontecimientos que marcaron la historia para siempre; el amor y el dolor hasta el máximo, y cuantos lo vieron expirar también miraron al soldado que se acercó al crucificado, lo atravesó con su lanza y contemplaron todos el costado abierto, y manar de él sangre y agua. Amor y dolor se unieron; entregar la vida en la cruz se realiza por el amor que Dios tiene a cada redimido. ¿Qué significado tiene la cruz en la vida del cristiano? Cargar con la cruz es frase que simboliza el sacrificio de la propia vida. Es a lo que alude hoy N.S. en las palabras del Ev. “si alguno quiere venir conmigo -caminar con Él ya es ponernos en el camino del cielo- tome cada día su cruz y venga”.
Esa cruz de “cada día” se presenta con variados matices: una enfermedad, un problema económico, una persona intratable con la que necesariamente nos encontraremos en el trabajo, un ser querido que muere repentinamente. La cruz mejor, la que más nos santifica no es la que nosotros buscamos: un ayuno continuo, una disciplina férrea de vida austera, dormir en una dura cama o comer alimentos insípidos y hacer vigilias prolongadas –que pueden tener su valor según la intención de quien las practique-, pero las cruces verdaderamente valiosas a los ojos de Dios son las imprevistas, ocultas a las miradas de la gente, silenciosas pero queridas por quien las manda; las que nosotros fabricamos son cruces “pulidas”, las que el prójimo nos presenta en las circunstancias diarias son más meritorias por ser más mortificantes.
La cruz es fuente de vida como el pecado es fuente de muerte. Si hubiera un mejor camino en nuestro itinerario de peregrinos mejor que el de la cruz el Señor lo habría señalado. S. Pablo dice que Jesús se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Filip. 2, 8-9). Predicar la cruz parece necedad para los que van perdidos, pero para los que se salvan es virtud y poder de Dios. (I Cor. 1.17) Los judíos piden milagros y los griegos ciencia, mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, lo cual para los judíos es motivo de escándalo y una locura para los griegos, pero para los que han sido llamados –judíos o gentiles- poder de Dios y sabiduría de Dios. (I Cor. 1. 22-25) y el apóstol, que lo tenía bien experimentado porque sufrió más que todos los apóstoles por Cristo, habla de su experiencia de vida diciéndonos: “A mí, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de N.S.J.C. por quien el mundo está muerto y crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál. 6.14).
Decía Juan Pablo II que la cruz es un libro vivo del que aprendemos el amor que nos tiene quien cargó con ella y murió por nosotros; del que aprendemos cómo debemos actuar. Actuar de acuerdo al crucificado es negarse a sí mismo como él. Vemos cruces por todas partes, de distintas medidas y materiales, algunas más llamativas por ser joyas preciosas, pero las cruces mejores son las que no vemos con los ojos de la cara, las más valiosas a las miradas de Dios nacen de la aceptación consciente de su voluntad. Si es así, bendita cruz que nos asemeja a quién nos amó primero sin medir el costo, Jesucristo N. S.
Cuando aprendimos el catecismo nos enseñaron que la señal del cristiano es la cruz, y la tenemos en Iglesias y casas, en montañas y caminos; la usamos al santiguarnos, al bendecir; la hacemos sobre la frente, los labios, el corazón, como si quisiéramos trasmitir a las realidades de la vida con su rutina santificadora las bendiciones de quien convirtió aquel instrumento de suplicio en áncora de salvación.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela