22 de septiembre del 2013
Am 8,4-7 / Sal 112 / 1 Tim 2,1-8 / Lc 16,1-13.
Es un crimen buscar a un pobre para arruinarlo más; hacer trabajar a los empleados con horarios corridos, exhaustivos y esclavizantes; quemar mercancías para encarecer las existentes; disminuir las medidas y aumentar los precios; alterar las balanzas y obligar a los trabajadores, que necesitan un sueldo para sobrevivir, a ser tratados como cosas sin dejarlos ser personas; comprar hombres y mujeres, jóvenes y niños, que se convierten en mercancía en manos de idólatras que han perdido la noción del bien. Pareciera que esto, hermanos, lo dijera una persona la semana pasada, pero lo dijo Amos hace 2,800 años, condenando los males de su tiempo porque había comerciantes sin entrañas que por ganar más dinero violaban todas las leyes humanas y divinas, convirtiendo la ganancia injusta en otra divinidad a la que se le incensaba las 24 horas de cada día y todos los días del año; y entonces decía Dios, lo dice ahora y lo dirá siempre: NO OLVIDARE JAMÁS NINGUNA DE ESTAS ACCIONES.
La parábola de hoy, hermanos, pintada en grandes trazos por Nuestro Señor, nos presenta a “un hombre rico que tenía un administrador infiel que descuidaba los bienes de su amo”, el cual lo llamó para pedirle cuentas porque no podría ya continuar en aquel trabajo; ante la amenaza del despido SE PUSO A PENSAR. Llegó a una conclusión ilógica e injusta; no quería ni el esfuerzo de un trabajo honesto ni la vergüenza de pedir limosna; se afianzó más en su postura de mal administrador: rebajarles las cuentas a los deudores de su amo para tener quienes le dieran trabajo en un futuro con horizonte nebuloso. Nuestro Señor alaba, no la injusticia que ya se había cometido, sino la sagacidad, la astucia y la prontitud para resolver un asunto urgente por la inminencia de la amenaza de quedar en la calle. La conclusión que de aquella conducta hace Jesucristo es la de que los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los hijos de la luz. Hoy es una de esas ocasiones en que habla El Señor como Legislador al enfatizar YO LES DIGO, “con el dinero tan lleno de injusticias gánense amigos que cuando ustedes mueran los reciban en el cielo”. Gánense amigos, no con el robo o el fraude, empeorando la situación, sino con las limosnas; sólo ganamos “esos” amigos con el recto uso de las riquezas no idolatrando un dinero que no se irá con nosotros y sí las obras de misericordia que nos acompañarán.
Habríamos de preguntarnos qué hemos hecho con los bienes que sí son nuestros; la fe, la gracia, la comunión de los santos, los méritos de toda obra buena; y qué hemos dejado de hacer o por apatía, negligencia, descuido; y el tiempo pasa y la eternidad se acerca. Además cuánto tiempo y talentos, oportunidades y dones sobrenaturales perdidos. Leíamos hace unas semanas que una señora norteamericana deja 12 millones de dólares como herencia a su perrito. Es muy dueña de lo suyo y puede hacer como quiera, pero revela que es una mujer que tiene vacía el alma porque no ama; al dejar semejante suma para un animalito tiene toda la razón del mundo pero no tiene fe. Nosotros tenemos el inmerecido privilegio de creer y El Señor nos dice: quiero confiarles lo que sí es de ustedes; deseo enriquecerlos, mi gozo es que abunden y compartan.
Un amigo mío me acaba de decir que deberá dejar su trabajo actual porque los dueños, cuatro Empresarios, lo obligan presionándolo para que admita que en la empresa se robe a los clientes; y al quedar sin empleo queda sin ingresos para empezar de cero, pero su conciencia le dice que no es lícito robar puesto que continuar ahí es tomar lo ajeno contra la voluntad del dueño. Si, queda por honesto sin ese apoyo económico necesario para su familia, pero quiere ser en los negocios fiel a sus principios morales, y Aquel a quien trata de agradar le dará ahora un mucho mejor trabajo y la satisfacción que trae la conciencia en paz porque Dios nunca abandona a sus hijos.
La doctrina social cristiana a los ojos de una persona sin escrúpulos parece utópica e irrealizable; dar mejores sueldos y prestaciones a los empleados pareciera propio de otros siglos, pero es doctrina perennemente actual; somos todos únicamente administradores, nunca dueños; de lo que tenemos o por esfuerzo o por herencia.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela