19 de Mayo del 2013
Hch 2, 1-11 / Sal 103 /Rom 8, 8-17 / Jn 16, 12-15.
Abrimos la celebración de la venida del Espíritu Santo 50 días después de Pascua, con una plegaria por nosotros, la Iglesia, para que ese amor del Padre y del Hijo nos santifiquen, pero expandiendo el corazón, pedimos los dones del Espíritu para el mundo entero, y rogamos también que realice entre nosotros dos cosas: el amor y la unidad de la primitiva Iglesia.
Veamos no lo que ya hemos recibido; sino lo que, teniéndolo ya, lo pedimos para el mundo entero; esos dones para 6 mil millones de hombres. Los bautizados ya los poseemos, a manera de semillas desde el bautismo, pero hoy los queremos y lo deseamos para la humanidad.
- Los Dones del E. S. son los que Is. dice que los tiene en plenitud el Siervo de Dios; es decir N. S. Jesucristo. –(Is. 11, 1-2).
I. El Don de Sabiduría para gustar y aun más, saborear los bienes sobrenaturales, el Pan de la Palabra, la Gracia Santificante; las verdades reveladas por N. S. y sobre todo la Santísima Eucaristía, como alimento del alma, y vigor para el cuerpo.
II. El Don de Entendimiento, que se entrega para profundizar en la hondura del Evangelio, de los misterios de la fe, de la comunión de los santos, en una palabra, la fe ayuda a la inteligencia y la inteligencia a la fe.
III. El Don de Ciencia, o aquel medio por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin sobrenatural. Los que lo poseen descubren la mano de Dios en todo lo que sucede.
IV. El Don de Consejo, es prudencia sobrenatural, juzga en las cosas particulares lo que conviene hacer, tanto en nosotros como en quienes Dios nos ha encomendado, para defender la gracia del alma.
V. El Don de Fortaleza o hábito sobrenatural que robustece el alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que pueden surgir.
VI. El Don de Piedad que es para excitar en la voluntad un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres, en cuanto hermanos nuestros, e hijos del mismo Padre.
VII. El Don de Temor de Dios por el cual se adquiere docilidad especial para someterse totalmente a la divina voluntad; hay un santo temor de ofenderlo siendo la misma bondad con nosotros, hijos suyos.
Pentecostés es paz nacida del amor, como Babel fue confusión nacida de la soberbia; en Babel todos se dispersaron, en Pentecostés los dispersos se unieron en una sola lengua y comprendieron todos el único lenguaje que hablaban los apóstoles aquella mañana, el gozo y la caridad que sólo de Dios provienen. El Espíritu Santo viene igual en un viento fuerte como lo percibieron aquellos 120 discípulos reunidos en un mismo lugar, o en un soplo apenas perceptible como lo hizo N. S. con los 12 apóstoles al darles autoridad de perdonar los pecados (S. Jn. 21).
Pentecostés para los judíos era fiesta, 50 días después de Pascua, para agradecer la ley dada por Dios a Moisés y también por la cosecha de cada año; para nosotros se inició una nueva ley y una cosecha de 3,000 conversiones. El carácter de universalidad de la Iglesia se nota desde aquel acontecimiento, pues había personas de tantas partes del mundo.(se señalan de 16 naciones) (Hechos 2, 5-11)
Pentecostés no fue sólo un acontecimiento sensible o transitorio. Decimos en el Credo que “Habló por los Profetas; que es Señor y dador de Vida; que recibe igual que El Padre y El Hijo”, una misma adoración y gloria. Jesucristo cumplió la promesa hecha unos días antes, envió a SU IGLESIA el Espíritu, pero su Iglesia no era sólo aquel pequeño grupo, sino es el conjunto de los bautizados de todos los siglos; en otras palabras, el Espíritu Santo siempre está vitalizando, iluminando, fortaleciendo a la Iglesia. Muy bien lo sintetiza la Secuencia de hoy, nos dice tanto lo que es El como lo que hace. Primero lo que es: toda la Teología del E. S. se halla compendiada en unos cuantos versos, aunque quede mucho por decir por ser el Espíritu Santo una de las tres Divinas Personas.
Es Dios como El Padre y el Hijo: en la Secuencia se le llama Padre de los pobres, es luz en las almas; dador de todo don, fuente de consuelo y huésped del alma; paz en el duelo, pausa en el trabajo, brisa en el fuego, consuelo en el llanto y es también luz santificadora.
Y en cuanto a lo que hace en las almas: lava lo manchado, fecunda desiertos y cura las heridas; doblega a los soberbios; enardece la frialdad y endereza los caminos; El, por último, da y aumenta sus siete dones, pero da también virtudes y méritos, y por eso el gozo eterno.
Celebramos durante el año a muchos de los grandes santos de la Iglesia y qué bueno jamás perder la memoria de quienes mejor han imitado al Señor, pero, ¡cuánto más celebrar a quien los santificó a todos, al E. S. que alienta no sólo en la Iglesia, ni sólo en los bautizados, sino en todos los hombres de buena voluntad!. La Escritura nos presenta la acción del E. S. como viento y fuego para señalar que estos elementos tienen una fuerza irresistible pero son inaferrables. Viento, porque empuja, dinamiza, refrena pero es invisible y actúa; y fuego, porque es purificador de impurezas, calienta, ilumina y acrisola.
En un día como hoy, Pedro, aseguró ante el pueblo de Israel que Jesús al morir, resucitar y enviar su Espíritu a la Iglesia, se sentó para siempre a la derecha de Dios Padre; por eso decía Pedro: -“El vive y nosotros somos sus testigos”-.
¡Alabado sea Jesucristo!
Mons. Juan José Hinojosa Vela