15 de septiembre del 2013
Ex 32,7-11.13-14 / Sal 50 / 1Tim 1,12-17 / Lc 15,1-32.
¡Alegría del Padre que es amor infinito; alegría de Jesús que es perdón seguro; alegría de la Iglesia que es casa abierta para todos!
La tristeza, después de escuchar tan hermosas parábolas que reflejan la misericordia divina, no debería darse nunca; la tristeza es sólo para quienes pierden el rumbo y con esa pérdida también han perdido la esperanza. Las tres parábolas nos devuelven la confianza y el optimismo.
La Vida Eterna hermanos, se hizo cercana al hombre; el camino vino al encuentro del caminante; la fuente llegó hasta el sediento; la luz disipó la oscuridad. Jesús se hizo encontradizo con todo hombre, pero buscó especialmente al pecador, al perdido que junto con la gracia perdió también el ánimo.
Es tan clara la luz de las tres parábolas de hoy que las fantasías y leyendas de mitologías antiguas parecen fábulas de niños. Esas tres pequeñas narraciones llegan al corazón de todo hombre sin importar el siglo en que vive, la cultura que tenga o la edad cronológica. Alguien que ha sentido la vergüenza del pecado va a entender. Quien ha saboreado la alegría del hogar donde vivió con sus padres y hermanos siempre sentirá la nostalgia y el deseo de volver.
Parece como si Jesucristo gozara con llegarnos al corazón con sonidos que rozan el silencio, las tres parábolas producen un suave ruido en los oídos: -se escucha a lo lejos el balido de una oveja extraviada; el tintineo especial de una moneda que se agrega a las restantes; y el sollozo de un hijo que se abraza a su padre a quien le late fuertemente el corazón.-
¡Jesucristo siempre ha creído en el hombre! Él confía que cada uno de nosotros puede ser muy bueno; Él piensa bien siempre porque la caridad no piensa mal. Él supone que quienes lo escuchan son buenos todos. “Ustedes -así lo da a entender- si encuentran la oveja perdida o la moneda que se le extravió a la dueña, o regresa el hijo, se van a alegrar muchísimo porque ustedes aprecian sus animales, sus bienes materiales, pero sobre todo a sus hijos; con cuánta mayor razón El Padre celestial se interesará en sus almas, y cuando ve un verdadero arrepentimiento se alegra Él y todos los ángeles y santos con Él”.
Si entre los que murmuraban de que N.S. recibía a publicanos y pecadores y comía con ellos, había quienes escucharon las tres parábolas aquel día, ciertamente aquella noche ya no pudieron dormir tranquilos. El que se acerca a Jesucristo y lo escucha no se puede volver a su rutina indiferente, siempre algo cambia por dentro; ya nada es igual. El que era orgulloso, sensual o avaro comienza a cambiar; el egoísta que no veía más allá de su pequeño círculo de caducidad empieza a ser generoso; el que perdía el tiempo, la salud y el dinero en vanidades o vicios empieza por darse cuenta que su vida pierde sentido.
Ordinariamente hermanos Dios N. S. nos da, -además de la vida y la familia-, la fe, la gracia; y el vigor, la inteligencia y la experiencia para trabajar y ganar lo necesario para vivir; nos da amigos, oportunidades, carismas, pero hoy quiere que nosotros le demos algo ¿Qué pide hoy ese Padre bueno sino que le demos ALEGRIA? La alegría del arrepentimiento, el sincero examen de conciencia, la confesión bien hecha y el propósito firme de no soltar su mano.
Se ve en las tres parábolas de parte de Dios la misericordia y la alegría; y de parte del hombre la gratitud, el reconocimiento de sus miserias. Todo hombre percibe que él mismo ha sido como una oveja extraviada o una moneda que tiene una imagen desdibujada; cada uno se adivina en ese hijo que se fué de casa soñando paraísos artificiales, o se ve en el hijo envidioso que siente coraje de que a su hermano arrepentido se le haga una fiesta. Cada uno nos sabemos interpelados por la voz serena de Aquel que se llega a nosotros pero no para herir sino para acercarnos a su corazón; como quien carga la oveja sin humillarla; guarda la moneda con cuidado y acoge al hijo olvidándose de palabras, discursos ensayados mil veces en el largo camino de regreso, aunque sabe que aquel muchacho no regresó por amor al Padre sino por hambre.
Somos por naturaleza egoístas, ponemos en nuestras obras intereses bastante mezquinos; El Señor lo sabe y lo acepta; nos conoce. En las obras que realizamos buscamos ganancias y en los trabajos recompensas; nada damos totalmente gratis; falta generosidad y El Señor lo sabe, pero sueña con hijos buenos; nos quiere parecidos a Él, siempre dadivosos; generosos sin mas interés que imitarlo a Él que lo da todo sin reservarse nada.
Jesucristo, autor de las tres parábolas, es quien busca en los montes y cañadas de la droga; busca en los desiertos y barrancas del alcohol hasta hallar al perdido; o es quien busca la moneda que se perdió sin descuidar las que tiene en la mano, y divisa el horizonte por si vuelve el que se alejó, preso de la fantasía que lo hizo olvidar por un tiempo la paz del hogar, prometiéndose goces que nunca llegaron y pequeñas satisfacciones sensibles que le trajeron el vivir “en un país lejano”, para despertar de aquel sueño dándose cuenta que la realidad era hallarse en medio de cerdos. Sólo Jesucristo con su vida, gracia y doctrina es capaz de medir la miseria del hombre que se deshumaniza, se animaliza incluso, cuando se deja seducir por el pecado. Sólo Jesucristo asegura que Su Padre y el cielo cantan de gozo cuando un hombre pecador reflexiona, se arrepiente, pide perdón y vuelve a casa.
Alabado sea Jesucristo
Mons. Juan José Hinojosa Vela