1 de septiembre del 2013
Ecl 3, 19-21.30-31 / Sal 67 / Heb 12,18-24a / Lc 14,1.7-14.
¿Se han fijado hermanos, que un caballo de pura raza no puede traspasar una barda de tres metros, pero una hiedra sí? El brío del caballo, su fuerza y habilidad; la destreza del jinete por muy bueno que sea no llega a tanto. La hiedra es silenciosa, se adhiere a la pared, poco a poco la cubre e incluso la pasa; así es la humildad; por ser la virtud que nos enseñó Nuestro Bendito Salvador desde el principio al fin de su vida; y porque la sigue mostrando en la Eucaristía, merece atención especial. Hoy en la primera lectura nos invita el autor sagrado a proceder en todos los asuntos con humildad y así nos amará la gente; pero lo más grande es que el humilde HALLARÁ GRACIA ANTE EL SEÑOR; y agrega que sólo los humildes le dan gloria. Por el contrario, dice unas palabras que parecen una maldición; porque “no hay remedio para el hombre orgulloso porque ya está arraigado en la maldad”.
Dice un autor moderno, (L.C.) que tomar el primer puesto siempre se reviste de un misterioso magnetismo que nos fascina y nos destruye al mismo tiempo. Sentimos la tentación de abrirnos paso en la vida repartiendo codazos y pisotones a los que nos hacen competencia. Nuestra sociedad produce con frecuencia un tipo de hombre egoísta, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de amar con generosidad. De hecho no deberíamos envanecernos de nada, porque aunque fuera verdad que tuviéramos una gran inteligencia, mucha riqueza y simpatía para caerles bien a todos, se haría verdad lo que el apóstol dice en I de Cor. 4,7. “¿Qué tienes que no hayas recibido?” El orgullo es una forma práctica de ateísmo.
Humildad es el reconocimiento de lo que somos y valemos. No nos prohíbe tener conciencia de los talentos, pero sí nos hace recordar que son carismas, o sea dones para servir. Es la humildad fundamento de todas las virtudes, sobre todo la caridad; y por eso en la medida de que el hombre se reconoce pequeño y limitado puede preocuparse por atender a los demás. La humildad nos abre ante Dios del que recibimos mayores gracias; habla El Señor de que los humildes serán engrandecidos. Hemos dicho que la humildad nos lleva al amor por el prójimo, y el Ev. de hoy corroborando la doctrina nos aclara aún más las cosas: cuando se es humilde se ilustra más la inteligencia, se toman no sólo decisiones prudentes sino las mejores. “No invites -cuando des una comida- dice El Señor, al que puede pagarte, “lo pagarán quizá pero siempre con cosas de la tierra; otra comida, un obsequio, una ventaja en los negocios, una sonrisa de compromiso, etc., pero si das al que no tiene con qué pagarte: los pobres, los enfermos, los olvidados, ellos no te pagarán con cosas de la tierra; es del cielo su forma de agradecer; te miran, quizá sonrían, la expresión de su semblante cambia; van a pedir por ti y además lo hiciste a Jesucristo y EL SIEMPRE PAGA BIEN-, y agrega “ya se te pagará cuando resuciten los justos”. Hablar de la resurrección para El es presagio de esperanza; como el Maestro, el Redentor, el Buen Pastor y el Profeta por excelencia, El es Aquel que siempre da esperanza.
Jesucristo N. S. hermanos, es el modelo nuestro de humildad perfecta que prefiere siempre el último lugar. El fué humilde en Belén al nacer; humilde al ser circuncidado como pecador y huir después a Egipto; humilde en su anonimato de Nazaret; humilde de corazón al iniciar su vida pública compadeciéndose de las multitudes, -ovejas sin pastor- humilde, manso, paciente y dulce con los discípulos y los amigos; humilde en el cenáculo haciéndose como el siervo, el esclavo que lava los pies de sus señores, y humilde en el huerto, en el trago amargo de la traición; en las humillaciones de aquella noche de testigos falsos cuando surgen muchos enemigos y huyen sus pocos amigos; humilde ante la curiosidad enfermiza de Herodes y la ambición solapada, y la cobardía patente de Pilatos; humilde cuando carga la cruz hasta el Calvario, lo fijan en ella, lo levantan e inicia su último sermón…, humilde al expirar, humilde en una tumba prestada; humilde por fin en los disfraces donde se esconde; en el pobre, el enfermo, el que no tiene voz; humilde bajo las apariencias del pan… Y dijo alguien -no sin inspiración divina- busqué el último sitio, busqué el fin de la interminable cola de la humanidad; lo más abyecto, lo peor, lo más bajo, y el lugar ya estaba ocupado, lo tenía Jesús.
Alabado sea El ahora y para siempre
Mons. Juan José Hinojosa Vela